Por favor, siéntese ahí, que voy a darle un masaje, perdón, que voy a hacerle una entrevista. Más o menos esto fue lo que anoche le dijo Ferreras a Pedro Sánchez antes de comenzar el bochorno. La sala en que se celebraba la cháchara mimosa, a pesar de que las luces televisivas purificaban cualquier rincón para sugerir nitidez, era en realidad una sauna tailandesa en penumbra donde, prestando un poco de atención, por detrás tras las cuestiones enlatadas y las respuestas en conserva, se oía una musiquilla gazmoña y chill out que inducía al televidente a la relajación, a un nirvana esponjoso, a la certeza de que solo Sánchez era inocente del berenjenal político en que andamos metidos.

Y supongo que para estar más en consonancia con el entorno primaveral y como en clave alta que habían preparado Ferreras y la Moncloa, Sánchez pidió a los españoles que volviésemos a votar claro. Más claro todavía que el 28 de abril. Entonces comprendí todo. Nuestro presidente en funciones es un lírico. Un poeta deslumbrado por sí mismo que nos conducirá hacia otra luz más clara.

Sin duda esa fue la razón de que Sánchez no tuviese tiempo de hacer un poco de autocrítica por el fracaso de las negociaciones con Podemos, que, más que un partido de la gente, como ellos lo definen de modo nebuloso, es el cortijo agropecuario de Pablo Iglesias. Un señor, dicho sea de paso, que tampoco da la impresión de haberse dejado la vida ni la coleta por salirse del redil de sus obsesiones y llegar a un acuerdo con Sánchez, a pesar de lo que proclama urbi et orbi.

Pero decíamos que Ferreras no le mordió ni mucho ni poco las respuestas al entrevistado. Ayer Ferreras fue una thai pasiva y complaciente, que, por no hacer, ni siquiera prodigó esos gestos robotizados de controlador aéreo con que parece ahuyentar gallinas delante de la cámara. Lo de ayer, ya digo, fue más un anuncio de la Teletienda que una entrevista o una autopsia convincente de por qué los partidos políticos nos condenan a repetir elecciones.

Desgraciadamente, Sánchez y Ferreras no nos contaron nada que no supiéramos antes de la redundante y adiposa charleta. La única pregunta comprometedora —exagero a sabiendas y a propósito— que le formuló el periodista fue sobre Errejón. ¿Qué le parece a usted Errejón?, le curioseó a Sánchez. Y lo que el presidente en funciones hizo fue un elogio contra Pablo Iglesias. Ferreras le había servido a Sánchez la cabeza del líder de Podemos, y es de suponer que, en aquellos momentos, el Lenin de Galapagar estuviese echando verrón y espumarajos por la boca delante de la tele. Aquel no era el momento, claro, de blablablear si Errejón, el Bob Dylan de la neoizquierda española, sería una amenaza electoral para el PSOE. Para quien sí lo será desde luego, si finalmente Errejón presenta una candidatura nacional, será para Iglesias, que, granito a granito de arena, se ha fabricado un desierto en el que va a extraviarse, si es que no lo está ya, y Podemos se irá a salivar nostalgias al limbo ectoplasmático de UPyD.

Ahora bien, no menos perdido que Iglesias andan Rivera y Casado, de Vox mejor no hablar, que los chicos de Santiabascal no se han movido nunca de Altamira, y ayer lo demostró con creces Ortega Smith en su manifestación autista, retrógrada y solateras contra las víctimas de la violencia machista. Lo cierto es que si estos cuatro jinetes del Apocalipsis (Sánchez, Casado, Rivera e Iglesias) amasen tanto España como aúllan, cuando menos habrían ahorrado al país ciento treinta y nueve millones, que ya pagaremos en cómodos plazos, no se preocupen. Ciento treinta y nueve millones de la hucha común es lo que nos va a costar, sí, montar el programa de festejos electorales del 10N, y todo para que vuelvan a cambiarnos humo por votos. “Había una vez un circo”, cantaban los payasos de la tele. Pues eso.