El otro día fui testigo en la calle de una escena que me dejó hablando sola. Un par de niños, de edades comprendidas entre los 6 y los 9 años, miraban una farola apagada. El que parecía más mayor le decía al otro que todo era culpa del alcalde, que había prohibido encender las luces para fastidiarnos.

Me resultó curiosa esa argumentación y me pregunté qué habría oído en su casa para llegar a semejante conclusión, porque, desde luego, el niño no había inventado sin más aquello. Y, con esto, me hice a mí misma una reflexión que hoy quiero compartir.

Solemos pensar que la educación de nuestras criaturas es algo que corresponde a los centros docentes, sean del nivel que sean. Que basta con llevarlos allí, ayudarles, si toca, a hacer los deberes, y encargarnos de alejarles de los riesgos que les rodean, además de llenar sus horas con actividades extraescolares que en muchos casos les desbordan. Sin embargo, no prestamos la más mínima atención a lo que decimos en su presencia o a lo que hacemos y pueden imitar. Y olvidamos eso tan importante de predicar con el ejemplo.

Leía no hace mucho que la red social tiktok, frecuentada por adolescentes y jóvenes, se ha convertido en un vivero del negacionismo de la violencia de género. Me lo confirmaba una compañera que me contaba, espantada, cómo su hijo repetía en casa, creyéndose cargado de razón, que la violencia no tiene género, que las mujeres somos unas mentirosas que ponemos denuncias falsas a cascoporro y que los pobres hombres son unas víctimas de las feminazis. Las tres patas del negacionismo simplificadas de una manera sintética y eficaz. Y espeluznante también.

Por suerte, mi compañera supo explicar a su hijo que aquello no era cierto, y le dotó de argumentos suficientes para que pudiera reaccionar cuando volviera a encontrarse con un mensaje de esa índole. Pero no siempre ocurre así. Y hay progenitores que se conforman con que sus vástagos tengan el tiempo ocupado, sin preocuparse del modo en qué lo hagan, derivando toda su educación al ámbito docente.

No podemos olvidar que esas criaturas de hoy son los adultos y adultas de mañana, las personas sobre las que recaerán todas las responsabilidades. Y que lo que se siembra ahora en sus cabecitas se recogerá en nuestro futuro más pronto de lo que creemos. No nos podemos permitir el lujo de que la mala hierba acabe ahogando la simiente de lo que aprenden en las aulas. Nos jugamos demasiado.

SUSANA GISBERT

FISCAL Y ESCRITORA (TWITTER @gisb_sus)