Soy uno de esos más de dos millones seiscientos mil españoles que ya han votado por correo. Lo he hecho a pesar del calor, de las colas en las oficinas de más de dos horas, y de que no me ilusiona ninguna de las propuestas ni partidos que se presentan, ni siquiera al que he votado. He votado por convicción cívica, pero, sobre todo, como acertadamente escribía mi admirada amiga Remedios Sánchez, catedrática de la universidad de Granada y una de las críticas literarias más importantes de nuestro tiempo, he votado en defensa propia. He votado porque he luchado durante más de la mitad de mi vida por los derechos civiles, por su conquista, por los valores democráticos; me he significado y ahí están las hemerotecas, contra la Guerra de Iraq, por el matrimonio igualitario, por la igualdad real entre hombres y mujeres como hombre feminista convencido, porque la cultura construyera espacios de consenso y democracia, y que no tuviera que pedir perdón ni permiso por sus manifestaciones y libertad. He votado porque no quiero un presidente de gobierno que sea amigo íntimo de narcotraficantes-por mucho que el PP haya manejado todo su poder para censurar el libro “Fariña” donde se cuenta toda la verdad de la amistad entrañable entre Feijóo y el narco Marcial Dorado-;  que tenga en su programa electoral derogar todas las leyes de avance social y conquista de derechos civiles, aunque algunas necesiten reformas y enmiendas, que coloque por sus pactos a maltratadores, negacionistas del cambio climático y las vacunas, racistas, homófobos y misóginos. He votado porque, aunque el tsunami parece inevitable, no voy a permanecer inerme, como los hombres justos que no hacían nada frente a la injusticia, de los que hablaba el filósofo Hume, lo que los hacía cómplices del mal.  He votado porque ese maremoto de edades emotivas que es el populismo de extrema derecha que encarna VOX, no se convierta en una realidad cogobernante de mentiras reales que nos hagan retroceder en democracia y derechos a la posguerra española como está sucediendo en Hungría, Italia, y media Europa.

Soy un socialdemócrata convencido. Lo sigo siendo. Creo que la socialdemocracia ha construido más Europa que ninguna otra ideología en el viejo continente y Occidente desde el final de las dos grandes Guerras pero, no renuncio a seguir siendo crítico y aunque se me castigue por ello, como me viene sucediendo desde hace años, lo asumo. Este es mi compromiso con mi tiempo y, aunque me pase como a Casandra, la princesa troyana que avisó por su don profético del engaño de los griegos y su caballo y fue encerrada, tomada por loca en prisión, voy a seguir manteniendo mi compromiso. Me ha traído hasta aquí, y me ha ganado tantos enemigos como amigos fieles y lectores leales. Este periódico digital ha respetado siempre mis opiniones desde que lo fundó Enric Sopena, y fui uno de sus primeros columnistas, con pluralidad, y así sigue siendo bajo la dirección de la periodista Angélica Rubio y su equipo de redacción.  Por eso pienso y escribo que entiendo, perfectamente, a todos esos votantes, tradicionalmente fieles a la izquierda, más de setecientos mil según las encuestas, que se quedaron en su casa en las recientes elecciones locales y municipales, y que dieron ese varapalo a la izquierda, especialmente al PSOE de Sánchez, dando casi todo el poder territorial a la derecha. Hace ya años, cuando el impresentable espectáculo de las primarias del PSOE, escribí lo que pensaba con lealtad ideológica, pero con pensamiento crítico, como creo que debe ser en un intelectual comprometido. Lo que se hizo públicamente con Pedro Sánchez fue tan lamentable, como lo que una vez resucitado y de nuevo secretario general socialista, hizo él. Ya advertí que un líder debía anteponer los intereses generales a su ego, pero Sánchez ajustó cuentas en el PSOE de Madrid contra Tomás Gómez, y aún no se ha recuperado el partido en la Comunidad, ajustó cuentas en Andalucía contra Susana Díaz y los suyos y se perdió el granero histórico socialista; ajustó cuentas con dirigentes históricos en alcaldías como la de Zaragoza contra el histórico juez y ministro Juan Alberto Belloch, y suma y sigue, y aquí estamos. Ya entonces escribí que si no se cosía y se daba su sitio a todas las familias y sentimientos dentro del PSOE, las cuentas para las generales no saldrían, y aquí estamos. Por mis opiniones, que no son las únicas en ser críticas, fui denostado por algunos amigos-que no lo serían tanto-, y censurado en ciertos espacios que se suponían afines y progresistas. Pedro Sánchez va a pasar a la historia como un presidente que sacó adelante una moción de censura, que gestionó con habilidad una pandemia terrible de la que no había precedentes, que consiguió sacar de la crisis y recesión económica a nuestro país, creando empleo, y con hitos como la “excepción ibérica”. También como alguien que no supo aunar todas las sensibilidades de su propio partido, y que hizo de su ego cesarista un enemigo para sus propios intereses y los de su país. Ojalá tenga la oportunidad, una tercera oportunidad, de aprender con humildad de sus errores y enmendarla, aunque creo que es tarde para él y sus vicios adquiridos. Esperemos que no para una opción de gobierno de progreso. Por eso, a pesar de todo, he votado progresista.  Sí quisiera, como don Antonio Machado, que este no fuera, de nuevo, un país enfrentado, no ya sólo entre izquierda y derecha, sino dentro de la propia izquierda. Eso ayudó a caer al gobierno legítimo de la segunda República española, y ha sido decisivo en la situación actual, y aquí estamos. Apunto que la repetición no es redundancia sino premeditado gesto de estilo.  

Quien disiente desde la honestidad no es enemigo, sino leal con la verdad y el compromiso ético. He firmado estos días todos los manifiestos en defensa de la cultura, de la sanidad, de los derechos civiles que yo también peleé y he defendido, y sigo defendiendo, pero también quisiera que no estuvieran en las fotos y los titulares los de siempre, y estuviese también toda esa gente-y no lo digo por mí-, que anónimamente y sin regalías posteriores han aguantado insultos, golpes, y han peleado por ello. Salí en defensa de la cultura, en la que estoy inmerso y de la que formo parte, pero tendremos que hacer examen de conciencia y poner en claro que hay también una casta del poder en la izquierda, desde hace décadas, que ejerce la censura en instituciones, universidades, editoriales, etcétera, aunque no tengan pudor en hacerse socialdemócratas cuando se ganan las elecciones, para conseguir puestos institucionales,  aunque fuesen los cicerones de Aznar en la casa de García Lorca en Granada, lo que fue generosa e institucionalmente pagado. No es tiempo de hablar de ello ahora, lo importante es más urgente, pero seamos críticos para no cometer los mismos errores. Este país necesita verdad, no eslóganes y populismo; cultura, y no Sumos pontífices que den certificados de idoneidad a sus adeptos y adoradores; demócratas, y no calienta escaños. Lo escribió Machado y también le costó el exilio y la vida: “Ya hay un español que quiere/vivir y a vivir empieza,/entre una España que muere/y otra España que bosteza./Españolito que vienes/al mundo te guarde Dios./una de las dos Españas/ha de helarte el corazón.” Construyamos sociedad democrática desde la izquierda -ojalá la derecha también lo hiciera hoy como lo hizo ejemplarmente en la transición-, pero seamos serios y críticos. Luchemos contra el espíritu revanchista y disgregador de las dos Españas. Tal vez siga siendo, a pesar del desencanto, un idealista, pero, es que soy un poeta. Un poeta, sí, pero no se engañen, “el poeta dice la verdad”, lo escribió y murió asesinado por decirla y por vivirla Federico García Lorca. Esta es la mía. Mi palabra en el tiempo.