Si hace seis años alguien hubiera aludido a “la manada”, hubiéramos pensado en un grupo de animales salvajes y, ya que estábamos en San Fermín, de toros. Pero precisamente en unos sanfermines nos conmocionaron con un nuevo concepto de manada. Más peligrosa que los astados e infinitamente más cruel.

Se cumplen seis años de aquella violación grupal que sacudió nuestras conciencias. Seis años de unos hechos que hoy llamamos “violación” con la boca bien grande, pero que motivaron vueltas y vueltas del término, de la calificación de los hechos y hasta, desgraciadamente, de la credibilidad de la víctima. Unos hechos que macaron un antes y un después en nuestra vida judicial y social y que espolearon un cambio legislativo que hacía tiempo que necesitábamos.

Siempre que se habla de ello surge la misma pregunta. ¿Es que antes no sucedían estos hechos o que no los conocíamos? Mi respuesta es que, aunque podría haber un poco de ambas cosas, prima más lo segundo que lo primero, y por varias razones. Por un lado, porque las violaciones eran -y siguen siendo, salvo puntuales excepciones- impunes si no hay denuncia de la víctima. Por otro, porque muchas de ellas no se denunciaban, debido, entre otras cosas, a que estos delitos estigmatizan a las víctimas, que se ven cuestionadas y obligadas a revivir unos hechos traumáticos una y otra vez. Por último, a los medios de comunicación no les importaba tanto como ahora, y más de un caso pasaba desapercibido.

Aquello, no lo olvidemos, dio lugar a una serie de resoluciones que resumen en un solo caso la evolución social y judicial. De una primera sentencia de instancia, que, aun condenando por abuso sexual, contenía un voto particular que optaba por la absolución -con términos especialmente peyorativos para la víctima-, se pasó a una segunda, del TSJ, que si bien confirmaba el abuso sexual, ya contenía un voto particular que viraba hacia la consideración de violación y de ahí a la definitiva, del Supremo, que no solo considera que existe violación sino que apunta la posibilidad de que haya tantas como sujetos intervinieron. Acogía el Tribunal Supremo la posición que siempre mantuvo el Ministerio Fiscal, cuya persistencia y profesionalidad no se ha valorado tanto como merecía, dicho sea de paso.

Seis años más tarde ha cambiado la ley y se ha avanzado -nunca lo suficiente- en facilitar medios que minimicen el impacto del proceso en las víctimas. Y eso está muy bien. Pero seguimos leyendo casi cada semana de nuevas violaciones grupales, y eso necesita algo más que una ley para cambiarlo. Para hacérnoslo mirar.