Respecto de mi vida profesional, una de las cosas sobre las que más me preguntan es sobre el incremento de las denuncias. Da igual que hablemos de violencia de género o de delitos de odio -las dos especialidades en que trabajo-, la pregunta siempre sale a colación. Y lo hace, porque siempre hay estadísticas que así lo corroboran.

Y la pregunta es siempre la misma, si aumentan las denuncias o aumentan los casos, si fue antes el huevo o la gallina. Y la respuesta, aunque no sea siempre la misma, siempre empieza igual: es imposible de saber. El aumento de las denuncias es un hecho objetivo, pero si responde a un aumento objetivo de los delitos es otra cosa. Y eso es lo realmente difícil de determinar.

Aunque pudiera parecer lo contrario, un aumento de denuncias no es por sí mismo una mala noticia. Puede ser incluso buena, si interpretamos que lo que se ha incrementado es la confianza de las victimas en la justicia y que quienes antes se mostraban renuentes a denunciar se han decidido a dar el paso. Pero el problema es que ese dato no es objetivamente comprobable, solo puede intuirse a partir de otros, que no siempre aparecen.

La experiencia me ha enseñado que, en estos delitos, casi nadie denuncia a la primera Cuando se trata de víctimas de violencia de género, suelen demorar esa denuncia con la esperanza de que no suceda más o el agresor cambie -tal como le ha prometido-, pero eso no ocurre en la vida real. Cuando se trata de delitos de odio y discriminación, las víctimas, generalmente en una situación de vulnerabilidad, no pueden o no quieren sacar a la luz su situación y prefieren sufrir en silencia esa discriminación. Tanto en unas como en otras, se repite una frase como un mantra. “No es la primera vez que pasa, pero sí es la primera vez que denuncio”-

Y yo me pregunto ¿por qué cuando se trata de proteger la igualdad -sea de género o de otro tipo- cuesta tanto denunciar? La respuesta es de todo menos fácil, pero menos fácil es todavía la solución. Porque para denunciar hay que sentirse segura, hay que confiar en que no vaya a suponer consecuencias dolorosas para quien denuncia. En definitiva, hay que conseguir que no sea peor el remedio que la enfermedad. Y ahí es donde fallamos desde las instituciones y como sociedad, porque no somos capaces de asegurar que no habrá victimización secundaria.

Pero nada de todo esto puede llevarnos a no denunciar. Recordemos que, si bien denunciar no lo soluciona todo, no hacerlo no soluciona nada.           

SUSANA GISBERT GRIFO
Fiscal