La legislatura municipal que acaba de arrancar, con la fuerte presencia de Bildu en los ayuntamientos y otras instituciones de Euskadi, nos promete material hasta el hartazgo. Como sé que no soy el único al que nacionalismos y exceso de calor le parecen mezclas insoportables, prometo no ocuparme de las mudanzas de cuadros y banderas; tema menor si tenemos en cuenta otro tipo de gestos a mi juicio más dignos de atención.

Por ejemplo, que el alcalde de San Sebastián, Juan Karlos Izagirre, luciera en su toma de posición un pin en la solapa de una organización que reclama el acercamiento de los presos vascos a Euskadi. Gesto legítimo pues la ley penitenciaria así lo aconseja aunque, según los expertos, hay numerosos matices en cuanto a la base legal para entenderla obligatoria cuando el recluso no da muestras de su voluntad de reinserción. Contrasta, sin embargo, la inequívoca postura de Bildu en este asunto con la ausencia de propuestas concretas a la hora de afrontar la situación de las víctimas y la reparación del sufrimiento que también dicen defender.

Al hilo de esta cuestión, Martín Garitano, perteneciente también a la coalición y recientemente elegido diputado general de Guipúzcoa, lucía en el pleno que le invistió como tal otro pin con el número de preso de Arnaldo Otegi. Se trata de un patético remedo de la utilización que, para una campaña contra el SIDA, hizo Mandela de su propio número de preso en las cárceles sudafricanas. La comparación de Otegi con Mandela, aunque sea tan lejana como la que se deriva de ese símbolo, ofende no solo a Mandela sino a la inteligencia de todos los que tuvieron que presenciarla. Si exagerado fue en su momento el que algunos presentaran al líder de Batasuna como la gran esperanza blanca de la política vasca, roza ya el disparate que lo quieran convertir ahora en poco menos que un preso anti racista.

Desconozco si esta referencia a Mandela, más allá del apoyo a Otegi, es una premonición de que, finalmente, se hará realidad aquel memorable gag de la película Airbag en el que de su coche oficial, para sorpresa de todos, bajaba un lehendakari negro. Pero me ha recordado otro de Anny Hall no menos memorable. Posiblemente el más ingenioso cameo del cine –al menos del que conozco- por lo sorprendente y original de su aparición. Aquel de Anny Hall en el que, en la antesala de un sala de proyecciones, Woody Allen tiene que soportar oír a un pseudointelectual que hace cola detrás de él pontificar sobre Fellini, Samuel Beckett o Marshall McLuhan. Woody Allen finalmente estalla y se dirige a la cámara preguntándose: “¿Qué se hace cuando se encuentra uno en la cola del cine con un tipo como éste?”. El tipo en cuestión se le acerca y se identifica como profesor universitario en Columbia donde imparte una clase sobre “El medio televisión y la cultura” de manera que considera que sus opiniones sobre McLuhan tienen gran validez. “Ah, sí ¿eh? –le espeta Allen- Pues qué bien porque tengo al señor McLuhan aquí al lado”.

Y, en efecto, en la escena irrumpe Marshall McLuhan, que había estado oculto tras un panel publicitario, para dirigirse de esta forma al profesor: “He oído lo que decía. Usted no sabe nada de mi obra. En su boca mis ideas suenan a falacias”. El gag termina con Woody Allen dirigiéndose nuevamente a cámara para apostillar “Amigos míos si la vida fuese así…”

Ojala lo fuese. Ojalá en aquel acto alguien hubiera podido hacer aparecer de manera imprevista a Nelson Mandela para que le dijese a Garitano qué le parece que le equiparen con Otegi. Tal vez, de paso, podríamos saber qué opina Mandela de la política de gestos de Bildu, tan pródiga en guiños a los presos y tan rácana en el reconocimiento del dolor de las víctimas. Tan contundente a la hora de afirmar su voluntad de lucha por la paz y la normalización política -en sus propias palabras- pero tan pusilánime cuando se trata de hacer aquello que tanto contribuiría a ambos objetivos: pedir la disolución de ETA y condenar su historia. “No creo que sea ese el paso que hay que dar en este momento”, afirmaba ayer en una entrevista Martín Garitano.

Pese a la simplicidad con que algunos lo observamos, ese paso debe de ser una zancada difícil; tal vez se trate de un paso lunar y requiera la preparación, en esfuerzo y tiempo, del que dio en su día Neil Amstrong. Mientras eso ocurre, quedamos en la esperanza de percibir algún indicio en Bildu que nos haga confiar en que asistiremos antes a ese paso que a ver un lehendakari negro.

Miguel Sánchez-Romero es director de El Intermedio