El turismo es el motor del crecimiento económico español. Estamos a punto de convertirnos en el primer destino, con 100 millones de visitantes. Pero su desmesurada explosión en todo el planeta está creando un problema de difícil solución, que desembocará en una crisis como ya ha advertido Enrique Dans, experto en innovación e investigación prospectiva.
Es un absoluto disparate que en los vuelos baratos llevar una maleta en cabina cueste a veces más que el billete, o que muchos dirigentes políticos y empresariales piensen todavía que el turismo puede crecer ilimitadamente en un planeta limitado y con sus recursos al borde del agotamiento, como es el caso del agua.
Tampoco es mínimamente sensato que un vuelo cueste menos que el taxi al aeropuerto o que el tren desde uno de los varios aeropuertos londinenses al centro de la City. He viajado a la capital del Reino Unido porque es uno de los pocos países en Europa donde la extrema derecha no condiciona al gobierno.
Pero en los seis días de estancia a orillas del Támesis, he comprobado la enorme razón del texto de El Roto en su viñeta del sábado último en el El País: "Hemos dejado la ciudad para el turismo,¡búsquense otro sitio!". Casi en cada esquina del centro de Londres hay una inmobiliaria que anuncia precios desorbitados de varios millones de libras por 70 metros cuadrados, solo aptos para super ricos, lo que ahora empezamos a sufrir en España, allí es la norma.
Como sus principales museos son gratuitos, la masificación y el débil aire acondicionado, en el caso del British Museum, lo convierten en una experiencia molesta en los meses de julio y agosto. La obsesión de los turistas por los sitios más emblemáticos y fotografiables para las redes (hay una cola de medio kilómetro frente a una cabina con el marco del Big Ben) hace casi insufrible el cogollo de cualquier ciudad de imprescindible visita.
Alejarme del abarrotado top ten londinense, que ya he visitado otras veces, me ha permitido pasear por barrios alternativos, modernos y clásicos, y pensar escenarios futuros para la industria turística. ¿Se imaginan, por ejemplo, que los países árabes de la orilla sur del Mediterráneo aflojen sus estrictas limitaciones sobre el alcohol y otros hábitos nuestros con precios más competitivos? Baleares, Canarias y las costas andaluzas y levantinas abandonarían los récords actuales de saturación.
Si queremos que el turismo masivo empiece a dejar de ser un grave problema, tendremos que equilibrar los flujos y dedicar nuestra atención a los territorios más alejados y escondidos que albergan recursos más gratificantes y placenteros. Viajes menos masificados y relajados en coches completos o compartidos y en transporte público por tren o por carretera.
Y, por supuesto, no recomendar los lugares ya abarrotados, y que los gobiernos locales y regionales y los estatales no gasten ni un euro de dinero público en atraer más turismo, con esas campañas innecesarias que más que nada sirven para sostener medios de comunicación afines vía contratación de publicidad. De eso ya se encargan las líneas aéreas, los fondos de inversión en hoteles y apartamentos y la hostelería.