Con algunos de vosotros nos conocemos de hace ya muchos años, de toda o casi toda la vida. Con otros nos hemos ido conociendo y tratando con el paso de los años, por motivos variados y en circunstancias muy diversas. Con algunos de vosotros, los que como yo tuvimos la desgracia de nacer y tener que vivir bajo el yugo de la dictadura franquista, compartimos con mayor o menor intensidad la lucha por la libertad, por la recuperación de la democracia. Algunos de vosotros, aun siendo de edades parecidas y por las razones que cada uno pueda tener, no participasteis jamás en la lucha contra el franquismo. No participasteis nunca del mínimo común denominador que aglutinó a todo el catalanismo político, a toda la catalanidad democrática, contra la dictadura que Catalunya, como España entera, vivió y sufrió durante cuatro largas décadas, desde el triunfo fascista en la guerra civil y hasta más allá de la muerte del dictador.

Todos vosotros, incluso aquellos que os acomodasteis y hasta medrasteis en los años del franquismo, compartís ahora la opción independentista. También lo hacen muchos otros amigos y conocidos míos, familiares, compañeros, colegas y vecinos. Cada uno de vosotros, desde su libérrima y respetabilísima voluntad personal, ha escogido esta opción como la mejor para el futuro de Catalunya. Yo no la comparto pero es evidente que la respeto. Como respeto cualquier opción política, cualquier opinión o idea, cualquier fe, siempre que sea también respetuosa con quienes no la compartimos. No hay ni puede haber nunca respeto para los irrespetuosos. Se debe ser siempre intolerante con los intolerantes.

Llevo ya bastantes años intentando comprenderos, intentando entender cuáles son las causas o los motivos que os han conducido a asumir esta opción. Entre otras razones porque prácticamente todos vosotros sois partidarios de la independencia de Catalunya desde hace pocos, muy pocos años. Muchos de vosotros no solo nunca habíais sido independentistas sino que tampoco erais nacionalistas, y en no pocos casos ni tan siquiera catalanistas; nada extraño ni reprochable: a no pocos dirigentes destacados del movimiento independentista les sucede lo mismo.

Llevo tiempo llevando a cabo un ejercicio de empatía con vosotros y con vuestra libre y muy legitima opción, que trasciende con mucho el terreno de la política y entra de lleno en el campo de las emociones y los sentimientos, en el siempre complejo mundo de las identidades. Llevo haciendo este ejercicio de empatía con todos vosotros. No he llegado a encontrar causas o motivaciones racionales, lógicas, fundadas y factibles que me permitan comprenderos, que me hagan entenderos. A algunos de vosotros, tal vez a muchos, seguro que no a todos, quizá os cueste comprender que yo, al fin y al cabo un pobre viejo, siga siendo, todavía hoy y después de tantos y tantos años, un demócrata, socialista, catalanista y federalista, radicalmente contrario a toda clase de unanimidades y unanimismos y, por tanto, contrario también a cualquier tipo de nacionalismo.

No obstante, a pesar de no comprender ni entender vuestras razones, quiero que sepáis que ni que decir tiene que sigo y seguiré respetando vuestra opción y que desearía que pudiéramos seguir siendo amigos, que pudiéramos convivir en paz y en libertad, con el respeto mutuo propio no ya entre amigos sino, pura y simplemente, entre personas civilizadas. Porque sin esta convivencia libre y pacífica, basada en el respeto mutuo, Catalunya, y con ella toda España, puede irse definitivamente al carajo, como por desgracia ha ocurrido ya en tantas, en demasiadas ocasiones.

¿Y si entre todos hiciéramos un esfuerzo para volver a aquel mínimo común denominador que tantos frutos nos dio? ¿Y si nos dejamos de quiméricas ilusiones en un inexistente máximo común múltiplo que casi siempre nos acaba conduciendo al máximo común divisor?

Amigos independentistas, no querría tener que terminar esta breve carta con las palabras que aquel federalista catalán que fue el efímero presidente de la primera República española les dijo a sus ministros antes de levantar su última sesión: “Señores, ya no aguanto más. Voy a serles franco: ¡estoy hasta los cojones de todos nosotros!”.