Ya sé que no estamos ante el mejor momento político para que nuestros representantes aborden temas pendientes que apoya la gran mayoría de los ciudadanos, como es el caso de la legalización del cannabis terapéutico. El 84% de los encuestados por el CIS en 2018 avaló dar este paso y un 47% incluso aceptaba también el consumo para uso lúdico, como acaba de ocurrir en Alemania.

El barro y la violencia verbal de nuestra clase política lo oscurecen todo, por ahora. Si, de acuerdo, no es el momento oportuno, pero eso no quita que dejemos de pensar en sus beneficiarios por sus efectos positivos ante el dolor crónico, en patologías como la artrosis o la migraña, entre muchas otras. Tiene que llegar el momento para que este tema se ponga encima de la mesa seriamente y así lo ha anunciado la ministra de Sanidad, Mónica García, recogiendo lo sembrado en legislaturas anteriores por Ciudadanos y Unidas Podemos, de distinta forma. Esperemos que sea pronto.

Como paciente crónico que soy (artritis psoriásica) y como miembro de la asociación Acción Psoriasis y el Foro Español de Pacientes, he participado en foros internacionales, donde se ha puesto de manifiesto la capacidad del cannabis terapéutico para ayudar a normalizar su vida a los pacientes y consigan así dormir al mitigar el dolor crónico. Es legal en más de la mitad de los Estados Unidos, por ejemplo; y la situación varía en cada país, según cada caso. En España es ilegal su consumo y tenencia pública, pero sí se pueden tener plantas en tu casa con destino al consumo personal, siempre que no se vean desde el exterior. Queda, no obstante, al arbitrio de la autoridad definir si el destino final de esas plantas va más allá de su uso personal.

Ya lo sé, no es el momento. Tal y como está la cosa, muchos pondrían el grito en el cielo señalando que se han abierto las puertas del infierno y hasta habría quien acusaría a Pedro Sánchez de usar el Falcon para su comercio y traslado, ya puestos. Nada me sorprende a estas alturas, en un país, además, donde el consumo de alcohol está clara y abiertamente consentido. Que alguien se beba 4 o 5 copas largas de una tacada se vé como asumible y soportable, seguramente por los grandes beneficios que da al Estado, en forma de impuestos, como a sus vendedores, que cultivan la dependencia de sus usuarios, cada vez más jóvenes.

Lo mismo podríamos decir del tabaco, que también supone beneficios públicos fiscales importantes, ya que en torno a una cuarta parte de la población mayor de 15 años es consumidora habitual. Y si nos vamos al consumo de medicamentos, en muchos casos sin control médico, el más comprado en España es el Nolotil, con 24 millones de envases vendidos en 2020, seguido por Adiro 100 (17, 6 millones) y el Paracetamol (16,5).

Dicho de otro modo, fumarse un par de cigarros antes de irse de copas y luego, al regreso, tomarse un par de analgésicos, se ve como algo normal y asumible. Por el contrario, aceptar que miles de enfermos crónicos podrían obtener mejor calidad de vida consumiendo cannabis terapéutico, todavía se ve lejos. Cosas de nuestra sociedad hipócrita. Y todo ello sin hablar del efecto que tendría sobre el mercado negro, tanto en la criminalidad como en la toxicidad de los productos que venden. Merece la pena dar este paso y convencernos de que el uso terapéutico nos conviene como sociedad y, más adelante, como ya han hecho, por ejemplo, los alemanes, abordemos también el uso lúdico, con las debidas garantías legales.

Que el barro no nos impida mirar hacia adelante y nos quite el derecho al debate y la confrontación de ideas. Que los argumentos válidos entierren los gritos de sus señorías los políticos y las correas de transmisión pública que manejan, cada vez más radicalizados.