Esta semana comenzaba oficialmente la campaña electoral. Recalco lo de “oficialmente” porque, desde hace mucho, tengo la sensación de vivir una campaña electoral permanente. Y no muy limpia, por cierto.

Como somos un país con cuarenta años de retraso en la democracia respecto a la mayoría de nuestro entorno, hemos vivido elecciones con verdadera ilusión y asombro. Aunque yo era una niña cuando comenzó la Transición, tengo un vívido recuerdo de aquellas primeras elecciones en que todo estaba por estrenar. Sería, incluso, capaz de tararear las canciones de propaganda de alguno de los partidos de la época.

Hoy todo eso huele a naftalina y, aunque los más esmerados músicos se afanaran en conseguir la mejor sintonía, no penetraría en nuestros oídos de la misma forma que entonces. Porque el hartazgo ha sustituido a la ilusión y los medios tecnológicos han dado la vuelta a todo como si de un calcetín se tratase.

Comienza el tiempo de mítines, carteles, buzoneo y espacios electorales reglados en los medios de comunicación. Y hay que plantarse es si sirven para algo. El mitin tenía sentido cuando era el único modo para conocer el programa de un partido, pero se han convertido en un baño de multitudes donde no se trata de convencer a nadie, sino de juntar a cuantos más convencidos mejor para que los cinco minutos de tele, que es lo que realmente importa, saquen estadios o plazas de toros abarrotadas, como decía el dúo Sacapuntas en los tiempos en que las cosas eran de otra manera.

También los carteles se destinaban a mostrar algo que no se conocía, y no a que los candidatos o candidatas de turno llenaran las paredes de la ciudad con una expresión más propia de modelos de anuncio de dentífrico que de futuros gobernantes. Y otro tanto cabe decir de las cartas y panfletos que inundan nuestros asombrados buzones, acostumbrados al vacío casi absoluto por culpa de los medios tecnológicos.

En realidad, los panfletos acaban en la basura, los carteles son olímpicamente ignorados, los mítines no convencen a nadie que no trajera la adhesión de serie y los espacios electorales provocan el efecto inmediato de cambiar de canal, en el caso de que no se esté utilizando el televisor para ver series en plataformas de pago.

Y me daría igual tanto desgaste si no fuera por el despilfarro. Resulta sonrojante, por no decir otra cosa, que se gaste una cantidad de dinero ingente en prometer cosas para quienes no tienen de nada, en vez de invertir en ellos al menos parte de esa cantidad ingente. ¿Qué suena demagógico? Tal vez, pero es lo que hay.

SUSANA GISBERT

Fiscal y escritora (twitter @gisb_sus)