Joe Biden ha ganado las elecciones en Estados Unidos. En el planeta, millones de personas hemos contenido el aliento estos largos días, pendientes de cada voto escrutado. Pocas veces como esta vez, hemos dominado la geografía norteamericana con tanta soltura, y creo que pocas veces hemos musitado la palabra mágica, “Pensilvania” como un dogma de fe.

No se trataba solo de que los demócratas, con una visión diferente a la muy reaccionaria de sus rivales republicanos, llegaran al gobierno de la mayor potencia, era mucho más: Era derrotar a Donald Trump; era dar batalla al neoliberalismo que ha extendido sus tentáculos por su país y por muchos más y que, aunque vencido, se resiste a dejar el poder.

Trump representa el muro con México, los niños arrebatados a sus padres en la frontera e internados solos en vergonzosos centros de aislamiento; es el desprecio criminal por los ciudadanos negros; es el rechazo a los diferentes; es la negación del cambio climático; es el uso masivo de las armas; es el botón nuclear siempre pendiente de un arrebato; son las guerras como herramienta para la prosperidad de sus colegas fabricantes de armas millonarios; es la humillación de los pobres; es la irreverencia hacia los valores de solidaridad y concordia.

Más allá, Trump ha delegado en sátrapas como Bolsonaro, presidente del Brasil, la extinción del Amazonas para mejor lucro de las grandes empresas, y la aniquilación de los pueblos indígenas. Ha inspirado la degeneración de las democracias latinoamericanas mediante la instauración de gobiernos con ideología calcada a la suya, mediante el mal uso de la justicia como sistema para desarrollar las políticas más indeseables.

Ahí tenemos la condena del presidente brasileño Lula da Silva, o la persecución del boliviano Evo Morales. A pesar de Trump y de los suyos, los ciudadanos latinoamericanos han peleado por la libertad y, en tiempos difíciles de pandemia, han continuado expresando su opinión, restaurando democracias o eliminando, como en Chile, la Constitución, vigente todavía desde la dictadura de Pinochet.

En Europa, los ultraderechistas de Hungría y de Polonia se han quedado huérfanos, como el partido español Vox, todos tan próximos al fascismo y nutridos y organizados por el entorno de Trump. ¿Quién financiará ahora sus campañas? ¿Podrán obtener similares resultados en otros comicios sin el amparo de los grandes que integran el círculo del trumpismo? Tipos como Trump y sus satélites no desean el bienestar del pueblo, que les interesa bastante poco. Tejen su red para ejercer la influencia de aquellos grandes fondos de inversión a los que se deben.

Joe Biden va a ser el gobernante número 46 de los Estados Unidos de América. Su victoria está repleta de incógnitas y cargada de esperanza. En tiempos de crisis como los que vive el mundo, la ideología es importante y se necesitan mandatarios progresistas que entiendan el valor de las personas y mantengan el espíritu de cooperación entre naciones. Bienvenido, Presidente.