De igual manera, aunque más tímidamente, había procedido Dolores de Cospedal en Castilla-La Mancha y tampoco ha sido escasa su cosecha de votos.

El presidente catalán cuenta con el plus de haber conseguido por primera vez en la historia la primacía en unas elecciones generales.

Mas entiende su victoria como un cheque en blanco, aunque hubiera sido de buena educación explicar sus propósitos en su campaña electoral.

Mariano Rajoy basó su alternativa al gobierno socialista en su promesa de no subir impuestos y de bajarlos cuando pudiera.

Ahora, observando el Plan Mas, uno empieza entender sus galaicos “Dependes”. El futuro presidente quizás hiciera una reserva jesuítica, o el laico gesto de cruzar los dedos tras la espalda, entendiendo que sus promesas no contradecían la imposición de tasas.

Es una escapada técnica, un subterfugio apoyado en precisiones semánticas,  pero los llamemos galgos o podencos el resultado es que la subida de las tasas no será de aportación voluntaria.

Las tasas, las llamemos como las llamemos, no  son en realidad más que impuestos indirectos atribuibles al uso o consumo de determinados servicios: sean  de transporte, agua, gasolina y matrículas universitarias como se propone el Govern.

Si el Gobierno del PP avanza en la línea esperada aunque no explicitada se extenderá a otros servicios públicos sin excluir la sanidad.

Tampoco la ha excluido Mas que se ha inventado  un ticket moderador ni el popular Núñez Feijóo que intenta disuadir la visita al médico para matar la mañana.

El precursor fue el compañero doctrinal David Cameron al llegar al numero 10 de Downing Street; el pasado 22 de mayo se lanzó al ruedo ibérico, María Dolores de Cospedal y de La Mancha en las elecciones municipales y autonómicas; y ahora, tras el 20 M  Artur Mas rompe el tabú a bombo y platillo. Sin complejos.

José García Abad es periodista y analista político