Desde las derechas claman porque el "franquismo está superado", que "abrir la tumba del dictador es abrir viejas heridas" y que no merece, el pueblo español, el "espectáculo de pasear los huesos de Franco" –personaje al que llaman Caudillo e incluso general. Son la prueba de que las heridas siguen abiertas y que estas no van a cerrarse con su exhumación, al ser ellos, herederos y defensores materiales de su doctrina criminal. Si realmente esas heridas estuvieran cerradas, tal y como proclaman las derechas, a nadie le importaría dónde se entierran los huesos del dictador.

Son los mismos que hablan de profanación. Para profanar habría que reconocer la dignidad de la cosa profanada y, en cualquier caso, el Gobierno con un sentido de Estado impecable, ha exhumado el cuerpo del dictador con total respeto. Ha permitido que la familia vele al abuelo, en tanto que hombre y persona, y lo entierre en la intimidad, oportunidad que no tuvieron los miles de republicanos ejecutados y tirados en fosas comunes o enterrados en las cunetas, sobre los que se impuso un manto de olvido de 40 años de dictadura. Piden y exigen lo que ellos justifican que fuera negado. Porque el fascismo es eso, ante todo, mentiras.  

Para algunos la exhumación de Franco ha sido un "funeral de Estado". Una perversión insultante, impropia de partidos progresistas que quieren más y mejor democracia. Achacan al gobierno la congregación de los franquistas para exaltar al dictador, cantar el "cara al sol" y gritar vivas a España durante la jornada del jueves. Al parecer, hubieran querido que fueran amordazados o prohibidas sus manifestaciones. Pero sin duda es difícil, por no decir imposible, ver honores en ello. Cada uno despide a sus muertos como quiere, aunque sea 44 años después y por resolución judicial, orden del Gobierno y acuerdo parlamentario. Y en eso nos diferenciamos de los fascistas. También nos diferencia, justicia poética, que haya sido fedataria de la exhumación una mujer, fiscal, ministra y notaria para mayor desgracia del régimen y su nostalgia patriarcal.

Queda mucho por hacer, quizás más de lo que queremos creer. Las calles, los honores, y las fundaciones que exaltan un régimen criminal. La fortuna de la familia Franco y sus privilegios, que son una anomalía democrática y que se ha constituido en base al sufrimiento de miles de españoles expropiados, arruinados y asesinados. Que el latrocinio no puede quedar impune y que construir una sociedad mejor supone resarcir a las víctimas. Entonces y solo entonces, cuando no quede ni rastro de los daños que produjo la sublevación militar y el régimen dictatorial podremos decir que sí, las heridas estarán cerradas.