A Pablo Hasel lo están utilizando como mercancía de uso. Política, en este caso. Echenique asegura apoyar las manifestaciones urbanas en contra del encarcelamiento de Hasel, pero finge olvidar —porque la estrategia de los pablócratas, como la de cualquier otro partido de la casta, consiste en pescar en río revuelto— que su formación coincidió con el PSOE en el mismo silencio inmediato cuando la Audiencia Nacional condenó a Hasel.

Estaba claro que ni la izquierda invertebrada de Sánchez ni la indefinida de Iglesias iban a mover un dedo para impedir que el cantante entrase en prisión, y todo con la excusa del respeto al poder judicial, al que, sin embargo, se condiciona si se intuye una sentencia adversa. Al menos así lo explicó, en un programa televisivo, el juez Juan Castro, que denunció presiones de la Casa Real y la Fiscalía para que no tuviera en cuenta la actuación de la Infanta en la trama de corrupción de Urdangarín.

Y si inicialmente Sánchez e Iglesias se cruzaron de brazos en el caso Hasel, no fue por respeto a las instituciones, sino porque a ambos les beneficiaba que el rapero diera con sus huesos en el talego. Unidas Podemos para atribuirse el mérito de solicitar, días después, el indulto al artista y el PSOE para proclamar que ellos habían sido los primeros en pedir que se amplíe la libertad de expresión. De este modo ambos partidos se aseguran una mayor influencia social y una buena colección de votos. Y las dos derechas y media de este país, lo mismo. También a estos les convenía que encarcelaran al rapero, en quien han adivinado un enemigo más de esa España retropaleta, cutre, hosca, amojamada, cavernícola y tabernícola que ellos defienden y venden a sus electores como la única verdadera.

Eso sí, cuando ya nada tenía remedio, Isa Serra, de Podemos, dijo que la condena a Hasel era “una demostración de que la libertad de expresión en este país está asfixiada desde que se aprobó la ley mordaza, una ley que tiene que ser derogada de forma urgente”. Pablo Hasel no se mordió el frenillo y le lanzó un beef en Twitter: “Sois tan mentirosos que, sabiendo que los raperos no estamos condenados por la ley mordaza, sino por el viejo código penal, repetís el mismo bulo cuando, además, habéis ampliado la ley mordaza aprobando la ley mordaza digital”.

¿Y Sánchez? Pues de campo con la chaqueta al hombro. No estuvo tan pastueño cuando iban a entrullar a Valtònyc y manifestó que condenar a raperos a la cárcel era impropio de una democracia. Claro, que entonces gobernaba el PP.

Ignoro si continuarán o no las protestas en las calles de Barcelona y Madrid por el encarcelamiento —disparatado, injusto— de Hasél, aunque ni de lejos comparto sus opiniones —disparatadas, injustas— sobre ETA y los Grapo. Le preguntaré a Echenique si proseguirán las fogatas analfabetas en el callejero barcelonés. Pues eso de achicharrar contenedores, romper escaparates, incendiar motos y arrojar piedras a la policía como hacen unos cuantos es tan intolerable como estúpido, y tan estúpido como contraproducente.

Pero es que estos iluminados de capucha ágrafa y cóctel molotov ignoran o prefieren ignorar que, para forzar un cambio en las instituciones, primero hay que cambiar la sociedad civil, que en sí misma es una forma de Estado, como observó Gramsci. Con su actitud solo consiguen que las protestas pacíficas a favor de Hasél se emborronen, palidezcan y puedan perder legitimidad. A sabiendas o no, estos hooligans están utilizando al rapero, no para hacer más justa, más libre, más democrática la sociedad, sino para alimentar sus egos narcisistas. Ni más ni menos que los políticos.