Se ha convertido en una imagen demasiado habitual al inicio de las vacaciones. El menor acude a la orilla del río o del estanque acompañado de su progenitor para dar suelta al pez o la tortuguita que compraron hace unos meses. Ése animal que le hacía tanta ilusión pero que, superado el efímero interés inicial, ha pasado a convertirse en un problema para todos los de casa, ya que nadie se quiere hacer responsable de alimentarlo ni de mantener el acuario.

La acción de liberar al inofensivo pececillo o la pobre tortuguita es un acto cruel en sí mismo, pero a muchos les parece la menos mala de las soluciones al problema. Sin embargo ese gesto va a provocar un involuntario impacto ecológico de graves consecuencias para la naturaleza.

En los últimos años el aumento de especies invasoras se ha convertido en una de las mayores amenazas a la biodiversidad del planeta. Los grupos ecologistas vienen alertando desde hace tiempo de ello, señalando como una de las causas principales el tráfico ilegal de especies exóticas. Animales y plantas que acaban yendo de una punta del planeta a la otra para atender el deseo de un comprador de internet encaprichado de una tarántula, una ranita tropical o una serpiente africana.

Las consecuencias directas afectan al ecosistema que los acoge: desplazamiento de fauna autóctona, hibridación, contaminación parasitaria y alteración del hábitat y del paisaje. Pero estos animales no sólo provocan desequilibrios en el medio natural cuando logran adaptarse, también acarrean riesgos para la salud humana, ya que pueden introducir enfermedades nuevas. La situación es perfectamente seria.

En la actualidad los estanques de los parques de las grandes ciudades acogen especies de lo más extrañas: desde galápagos de florida hasta serpientes acuáticas o incluso pirañas. Se han llegado a dar avisos por el avistamiento de un caimán en alguno de nuestros embalses.

El abandono de especies exóticas no ha hecho más que incrementar los ya de por sí insoportables números del abandono de perros y gatos en España. Una infamia que tiene lugar mayoritariamente entre finales de julio y principios de agosto.

Cada año se recogen en España más de 100.000 perros y 50.000 gatos que han sido abandonados por sus dueños. Los datos de espécies exóticas no hacen más que aumentar

Si cruzamos los datos de los diferentes estudios realizados al respecto, cada año se recogen en España más de 100.000 perros y 50.000 gatos que han sido abandonados por sus dueños. Pero estas cifras hacen referencia tan solo a los que se logran recuperar. Según los mismos informes la mayoría de los abandonos acaban sin rastro del animal, por lo que se hace difícil hacer una cálculo aproximado. Pese a ello, el número real podría rondar el cuarto de millón de animales. Una cifra tan escalofriante como vergonzosa.

De hecho nuestro país tiene la bochornosa distinción de encabezar el funesto ranking de abandono de animales en la UE. Y lo que es peor: entre las principales causas de abandono figura la pérdida de interés en el animal. Así de cruda es la realidad sobre el abandono de animales en España.

La última reforma del Código Penal recogió un endurecimiento de las penas por maltrato animal. Seguimos muy lejos de lo que los grupos de defensa de los derechos de los animales vienen reclamando, pero por lo menos se ha conseguido que el abandono de animales deje de ser tipificado como falta y pase a ser constitutivo de delito: leve, pero delito.

Desde entonces, las sanciones varían por comunidades pero pueden superar los 15.000 euros de multa y la inhabilitación de por vida para la tenencia de un animal de compañía. Pese a ello, estos días, coincidiendo con el inicio del turno principal de vacaciones, miles de perros, gatos y otros animales de compañía van a ser abandonados en el entorno por quienes han perdido la condición de seres humanos.