Desde que se dijeron todo lo que tenían que decirse los unos a los otros y nada fue agradable, los principales actores del independentismo han declarado un tiempo muerto para tomar aire. Mientras tanto, el diputado Puigdemont abría a las cámaras de televisión la residencia oficial de la fantasmagórica república de Waterloo y en ERC se tomaba conciencia de que lo peor de las filtraciones está por llegar. Están convencidos y alertados de que las frases machistas de Lluís Salvadó fueron un primer aviso de lo que les espera: cientos de fragmentos de conversaciones telefónicas con alusiones directas a todos los dirigentes del partido que podrían perjudicar seriamente la frágil complicidad emocional de los integrantes de la dirección.

Antes de este paréntesis, firmaron un acuerdo de gobierno entre ERC, PDeCAT y JxC, muy ventajoso para los republicanos (control del 70% del gasto público y una vicepresidencia política) y dejaron claras sus posiciones ante la investidura. ERC votará a cualquier candidato que le presente JxC que no arrastre problemas judiciales para acabar cuanto antes con el sainete; el grupo parlamentario de Puigdemont no piensa apoyar para el cargo a ningún diputado que se mantenga fiel al PDeCAT (solo 14 lo son); y siendo así las cosas, la nueva Convergència pide 3 de las 6 consejerías que le corresponden al conglomerado JxC-PDeCAT para asegurar sus votos imprescindibles al aspirante de la otra facción. Y nada de esto se pone en marcha porque en su visita a Bruselas, los diputados adscritos al grupo puigdemontista se enrocaron en la improbable investidura de Jordi Sánchez.

Rota la imagen de unidad y sin ningún interés por disimularlo, los protagonistas se alinean en dos bandos bien definidos

Al mismo tiempo, la ANC, la madre de todas las movilizaciones, entraba en crisis por culpa de un reglamento sui generis que impide a los candidatos a la dirección explicar que lo son fuera de la propia asamblea, dejando al ex diputado de la CUP, Antonio Baños, fuera de la carrera presidencial. La Assemblea nació con voluntad de ser una entidad efímera, cuando la idea de una independencia exprés estaba muy extendida entre las bases soberanistas y calculaban que el objetivo podía alcanzarse en un par de años, a lo más tardar; instalada en la realidad, la ANC se enfrenta ahora no solo a una modificación del reglamento interno sino a su futuro y a una previsible disminución de su capacidad de movilización por abatimiento de los socios.

Sus aliados tradicionales de Òmnium hace semanas que optaron por un perfil bajo; ayer, tras ver registrada su sede al igual que lo fue el Palau de la Generalitat en busca de pruebas sobre la financiación pública de la campaña publicitaria del 1-O, no consiguió reunir más allá de unos miles de personas en la concentración de protesta. La escasa participación está en la línea de la alcanzada por la ANC el pasado domingo para reclamar la construcción inmediata de la república.

Rota la imagen de unidad y sin ningún interés por disimularlo, los protagonistas se alinean en dos bandos bien definidos. Por un lado, ERC, PDeCAT y Òmnium apuestan por el pragmatismo, y, por el otro, Puigdemont, la futura plataforma política de JxC, la ANC y la CUP se mantienen en su erre que erre por la implementación de su república. Así estarían las cosas de convocarse unas nuevas elecciones por el bando soberanista, una fórmula para acabar con la actual agonía que cada día reúne más partidarios. En el otro mundo, sigue la parsimonia habitual en Ciutadans, PSC, Catalunya en Comú y PP, y se espera la incorporación de una nueva marca, Lliures, integrada por antiguos militantes no independentistas de CDC y Unió que espera competir en el centro derecha catalanista.