El mensaje de Navidad de Felipe VI deja varios puntos para la reflexión: el Monarca parece abogar por pasar página y plantear reformas necesarias: “Hay que dialogar y se debe avanzar en común hacia la modernidad.”

En síntesis, dio la impresión de que Felipe VI no está dispuesto a cometer de nuevo la gran equivocación de apoyar las políticas de palo y tentetieso de Mariano Rajoy Brey y de sus furibundos compañeros.

Pidió respeto, pero no clamó airado exigiendo las penas del infierno para los que, le guste o no le guste, han recibido un generoso espaldarazo en las urnas. Lástima que haya sido tarde, porque esa línea abierta la noche del 24 de diciembre fue más acertada que la enojada actitud mostrada en el discurso anterior, pronunciado tras el Referéndum ilegal del 1 de octubre.

Para el presidente del Gobierno se abre una etapa menos afortunada. Al margen de las tesis no del todo coincidentes del Rey con las posiciones de la Moncloa, Ciudadanos se ha envalentonado con sus resultados y exhibe incluso con descaro que su objetivo es superar al PP.

Además, desde las propias filas populares crecen y se multiplican las críticas, estimuladas por un ácido José María Aznar que lanza dardos envenenados contra las actuaciones del presidente del Gobierno que, por cierto, es el delfín que el propio Aznar designó como sucesor.

Algo parecido le ocurre al ex president Carles Puigdemont. Desde ERC ponen en cuestión su renovado liderazgo si no regresa a su puesto en Cataluña. Incluso, mencionan claramente a Oriol Junqueras como candidato alternativo que aguarda en su celda con cristiana resignación.

Las cosas son así. Resulta que el popular Rajoy Brey y el independentista Puigdemont terminan unidos en el escenario de la adversidad. Probablemente sería bueno que dejasen sitio para que, sin muchas trabas, nuevos políticos abran nuevos caminos.