En Catalunya, después de las elecciones autonómicas del pasado 21D, todo sigue igual pero mucho peor. Igual, porque a pesar de todo apenas se han producido algunos cambios mínimos: el constitucionalismo se mantiene en primera posición en porcentaje de votos, con muy pocas alteraciones pero con el triunfo claro de la opción de C’s, réplica cuasi perfecta del nacionalismo español al nacionalismo catalán, mientras que el secesionismo pierde de nuevo en porcentaje de votos pero revalida una vez más su mayoría parlamentaria absoluta, en concreto con la inesperada primacía de Carles Puigdemont y su JxCat frente a Oriol Junqueras y su ERC.

Esta radicalización se ha producido de manera simultánea y paralela en los dos grandes sectores del mapa político catalán -y ello a pesar del descenso tanto de la CUP como del PP, que no han logrado ni tan siquiera mantener su propio grupo-, dejando con un espacio muy reducido a las formaciones que -como el PSC y de alguna manera también CECP- han defendido unas opciones moderadas, de firme apuesta por el diálogo, la negociación y la reconciliación interna en Catalunya y de ésta con el resto de España y con el conjunto de Europa.

La ciudadanía catalana sigue dividida en dos mitades casi idénticas, con una mínima mayoría porcentual que apuesta por el constitucionalismo y una minoría, casi igual pero ligeramente inferior, que sigue insistiendo en la defensa de la independencia. Es esta una tendencia que viene repitiéndose una y otra vez, durante estos últimos cinco interminables años del llamado “proceso de transición nacional”. El 21D, con una participación ciudadana difícilmente superable, de casi el 82%, los resultados porcentuales y en representación parlamentaria han sido casi los mismos que en los dos últimos comicios autonómicos.

Que esta repetición se haya dado con un tan elevado nivel de participación y en unas elecciones convocadas por el presidente del Gobierno español al amparo del artículo 155 de la Constitución, con un buen número de dirigentes secesionistas encarcelados, huidos al extranjero y/o judicialmente investigados en varias causas, demuestra el gran fracaso político protagonizado por Mariano Rajoy, su Gobierno y su partido respecto al grave problema de Estado que es el desafío independentista catalán.

El tancredismo, respuesta única y persistente de Rajoy y los suyos a este gran problema político, social, institucional, económico y cultural, ha quedado como el indiscutible gran derrotado del 21D. El PP nunca ha tenido ningún peso político específico en Catalunya, pero es que ahora es la última formación con representación en el Parlamento autonómico, por debajo incluso de los antisistema de la CUP y sin tener ni tan solo un grupo parlamentario propio -deberán compartirlo con la misma CUP.

Ni tan siquiera con un fracaso tan clamoroso, con una derrota tan humillante, Mariano Rajoy, su Gobierno y su partido, parecen dispuestos a reaccionar, a dar alguna clase de respuesta política ante este reto. Esto es lo más grave, sin duda lo más alarmante. Porque la solución de este problema no puede ser ni será exclusivamente judicial sino eminentemente política. El tancredismo, esto es la táctica del avestruz que esconde la cabeza bajo tierra para negarse a ver lo que se le viene encima, no es ni será nunca una solución.