Una vez seguida con atención esta nueva campaña electoral catalana, vistos, oídos o leídos casi todos los debates entre los representantes de las siete candidaturas principales, me ratifico en mi convicción personal: la repetición de la mayoría absoluta parlamentaria independentista -al parecer improbable pero posible-, conduciría a Catalunya entera a un desastre de consecuencias muy negativas no solo a corto plazo sino por mucho tiempo, tanto desde el punto económico y social como por lo que respecta a prestigio, reputación y solvencia internacional, además de ahondar aún más la profunda escisión social provocada entre el conjunto de la ciudadanía catalana, que costará mucho tiempo también en ser superada.

La muy improbable y por ahora parece que poco menos que imposible mayoría absoluta constitucionalista, si llegase a producirse, tal vez podría contribuir a cerrar una etapa catastrófica de la reciente historia de Catalunya, la que Artur Mas inició al abandonar el nacionalismo moderado de CiU para pasar a abrazar una hoja de ruta soberanista que muy pronto pasó a ser única y exclusivamente secesionista, con las consecuencias funestas sobradamente conocidas. No obstante, la fractura social resultante de este improbable triunfo constitucionalista sería de una enorme gravedad, con la consolidación de dos mitades de Catalunya enfrentadas y apenas sin posibilidad alguna de convivir en paz y en libertad.

Si durante los cinco o seis últimos años gran parte de la sociedad catalana ha sobrevivido bajo la espiral del silencio, durante estos últimos cuatro meses toda la ciudadanía de Catalunya ha vivido en una ensordecedora espiral del ruido, que ha agudizado las pulsiones y tensiones a todos los niveles, entre familiares, amigos, compañeros, vecinos y colegas. Todo ello con el añadido del cada vez más evidente deterioro de la situación económica, el incremento del paro, la huida de grandes, medianas y pequeñas empresas, el descenso del consumo y las graves pérdidas causadas en sectores claves de la economía, sin olvidar el quebranto sufrido por la “marca Barcelona” y el firme rechazo hacia el independentismo catalán mostrado una y mil veces por representantes de todos los estados y de todas las instituciones y organizaciones internacionales.

Durante estos últimos cuatro meses toda la ciudadanía de Catalunya ha vivido en una ensordecedora espiral del ruido, que ha agudizado las pulsiones y tensiones

Nada de todo esto ha sido asumido todavía por ninguno de los dirigentes de las tres formaciones secesionistas. Es lógico que sea así por parte de la CUP, que al fin y a la postre se sitúa no solo fuera del sistema sino en su contra. Más extraño resulta esto por parte de las candidaturas independentistas lideradas por Carles Puigdemont (JxC) y Oriol Junqueras (ERC), que rivalizan entre ellas en radicalismo y se niegan por ahora a renunciar a la vía unilateral. Una vía unilateral que ha conducido a Catalunya de una supuesta preindependencia a la actual preautonomía, con la Generalitat intervenida por el Gobierno de España en virtud de la aplicación del artículo 155 de la Constitución, mientras más de una veintena de antiguos altos cargos de la Generalitat se hallan ahora incursos en causas judiciales con acusaciones de muy grueso calibre, con algunos de ellos huidos a Bruselas, otros en prisión provisional y tanto todos ellos como el resto pendientes de unos juicios que pueden conllevarles penas de bastantes años de prisión e inhabilitación.

Catalunya se enfrenta el 21D a sus elecciones más decisivas. Solo el triunfo de una fórmula basada en la urgente e imprescindible reconciliación del conjunto de la ciudadanía catalana, preferentemente sin vencedores ni vencidos, con la asunción sincera de la compleja y complicada diversidad de una sociedad tan plural como es la de la Catalunya actual, podrá comenzar a reconstruir toda la catalanidad democrática y afrontar los gravísimos retos económicos, sociales, culturales, institucionales y políticos que llevan planteados y pendientes no ya de resolución sino incluso de reconocimiento por parte de los sucesivos gobiernos de Artur Mas y Carles Puigdemont.

Solo desde la transversalidad, la plena asunción del pluralismo y la voluntad de progreso la ciudadanía de Catalunya podrá afrontar con esperanza e ilusión su más inmediato futuro. Y esta opción la representa de forma cabal Miquel Iceta, un líder socialista que ha sido capaz de configurar unas candidaturas del PSC de las que forman parte desde destacados dirigentes socialcristianos hasta figuras reconocidas de la izquierda comunista, pasando por sindicalistas y representantes de las entidades sociales que desde posiciones distintas se han opuesto con firmeza a la suicida apuesta separatista.