Negocio, amistad, traición. Han pasado 20 año de Trainspotting. De los cambios que ha vivido esa generación -y, particularmente, los protagonistas de esta cinta de culto-, y también de lo que sigue igual, habla esta segunda entrega del título, T2: Trainspotting. Mark Renton (Ewan McGregor) vuelve a casa, a reencontrarse con Spud (Ewen Bremner), Sick Boy (Jonny Lee Miller), y Begbie (Robert Carlyle). Los encuentra envueltos en fracaso, venganza, remordimiento... Y tristeza. La película en sí tiene una carga triste importante. Melancólica. No llega a estar a la altura de otros montajes de su director, Danny Boyle -también firmó la primera entrega-, como Steve Jobs. Un viaje en el tiempo que tiene, eso sí, rasgos muy propios del cineasta, y el mérito de tener identidad por sí misma  respecto a la primera entrega, en su intento por mostrar a unos cuarentones no demasiado realizados, más bien tan desgraciados como en su juventud, así como el cinismo en el que ha transmutado el nihilismo de los noventa. Boyle introduce, además, un interesante diálogo entre ambas películas. La primera trata de irrumpir en la imagen de la segunda constantemente. Trainspotting, una película de 1996 basada en la novela homónima de Irvine Welsh, narra la trepidante historia de un grupo de jóvenes heroinómanos de Edimburgo sin grandes motivaciones en la vida.