Todos conocemos ese hastío: nos piden que estemos presentes en una reunión donde las discusiones se diluyen, las conversaciones no van a ningún lado, no hay conclusiones… ¿Una pérdida de tiempo total y absoluta? Quizá no. Quizá sirvan de terapia colectiva. O así lo plantean investigadores suecos de la Universidad de Malmö, que ha analizado la contradicción de mantener a la vez una opinión negativa sobre las reuniones de trabajo y ver aumentar su frecuencia. Para explicarlo, las enfocan como una oportunidad para que los empleados se sientan reconocidos o expresen su frustración.

Es más: el profesor Hall, líder del estudio, explica que el aumento de las reuniones de trabajo es un exponente de los cambios morfológicos que ha experimentado el mercado laboral. Cada vez hay menos personas haciendo cosas, pero a la vez aumentan los profesionales de campos que requieren este tipo de reuniones de coordinación como los asesores, consultores y gerentes, y la jerarquía en los roles gerenciales no termina de estar bien definida. "La gente ya no hace cosas concretas", opina Hall. "Muchos gerentes no saben qué hacer, y cuando se sienten inseguros en su rol o directamente ignoran cuál es, convocan una reunión (…) A la gente le gusta hablar y esto les ayuda a encontrar un rol”, remata.

Las reuniones laborales pueden despertar sentimientos de falta de propósito, sí. Pero Hall y su equipo han detectado que también son una oportunidad para “quejarse y hacerse notar". No obstante, las personas que asisten a un excesivo número de reuniones pueden perder la paciencia y pasarse el tiempo pendientes del móvil o pensando en otra cosa.

El experto recomienda reservar salas por períodos más cortos, ya que, vaticina, el tiempo se aprovechará para el objetivo que se defina. También evitar que las reuniones las controlen personas con diferentes estatus, para que no se conviertan en una "lucha de poder" y dejen un sabor a frustración o exclusión en la mayoría de sus participantes.