El cierre de los centros educativos al que ha obligado la crisis sociosanitaria del nuevo coronavirus ha llevado a varias universidades a cambiar el espacio físico por el virtual, innovando con una experiencia de docencia cien por cien telemática. La desigualdad social, la experimentalidad de muchas carreras, la forma de evaluación y hasta la reorientación general del sistema educativo son algunos retos a los que se enfrentan ahora profesores y alumnos. Hablamos de ellos con Alberto Santamaría, profesor titular de la Universidad de Salamanca, filósofo y ensayista (es autor de Paradojas de lo cool y En los límites de los posible).

La docencia online, ¿es realmente una alternativa? Si pensamos en lo digital como alternativa sobre la cual asentar un modelo educativo de futuro estamos vendiendo la educación a la nada. Es decir, lo digital es un formato, una herramienta y un medio magnífico en ocasiones, pero no puede ser una alternativa de lo que es la educación en un sentido amplio: un proceso de construcción personal vinculado a una serie de relaciones sociales. No debemos pues confundir educación con sistema educativo. Un sistema educativo, deudor de una estructura de mercado, bien puede asentarse en una serie de parámetros digitales, pero eso no sería más que información vertida y refluida, sin saber qué y cómo se gestiona. Educación reducida a un vómito de supuestos conocimientos. La docencia virtual, concebida como elemento vertebrador del sistema, supone un vaciamiento del carácter físico y performativo de la educación. Ahora bien, no me cabe duda de que esta situación que vivimos en la educación, y que es anómala, podría ser igualmente el marco dentro del cual podemos empujar para generar ciertas grietas (aunque inicialmente sean superficiales). La cuestión es que permanecemos -en la educación universitaria al menos- completamente absorbidos y hechizados por la métrica del mercado y esta situación parece reforzar ese triste escenario. Sería interesante que nosotros, desde la propia institución, utilizásemos esta situación para forzar y agrietar el modelo. De lo contrario, no es descabellado pensar que el sistema educativo va a acabar en manos de los que peligrosamente juegan con ello: CEOE, Fundación Botín, BBVA, etc. Su idea de que es necesaria una revolución en la educación esconde, precisamente, un modelo de acción fundado en la idea de sometimiento a la competitividad, individualismo, desigualdad, etc. Y esos términos son los opuestos a educación. Lo tengo bastante claro. Educación, por supuesto, no es sólo lo que sucede en el aula, sino también (sobre todo) fuera, así como dentro de la compleja red de conexiones de amistad, familiares, laborales, etc. Al mismo tiempo, no se olvide, una educación vertebrada sobre la estructura de plataformas digitales es una educación en manos de los comerciantes de datos, la nueva usura.

Hay muchas carreras con asignaturas que requieren experimentalidad: laboratorios de ciencia, Bellas Artes… ¿Cómo trasladarlo a lo digital? Esta es una de las cuestiones sobre las cuales hemos estado hablando estos días. La cuestión no es tanto la experimentabilidad como el proceso de construcción de una experiencia compartida. Me refiero al caso que mejor conozco que es Bellas Artes. Ahora mismo, el traslado a lo digital siempre será deficitario. La experiencia no es algo fácilmente transportable. Dicho esto, tampoco quiero parecer lo que no soy. Esto es, no se trata tampoco de una defensa de algo así como un mito perdido de la educación. No hubo una arcadia feliz de la educación, un paraíso perdido. De hecho, no puede existir: la educación siempre está en contradicción, en tensión.

“Antes de hablar de qué tipo de plataforma usar, deberíamos -por encima de evaluaciones, aprendizajes, y demás- reclamar, por ejemplo, una renta básica de cuarentena, la posibilidad de no pagar alquiler, etc.”.

¿Estaban la universidad española y sus profesores preparados para abordar este giro hacia un modelo educativo digitalizado? Desde el punto de vista técnico, más o menos sí. Pero desde el punto de vista personal la situación muestra cierta desigualdad de registros. No es una situación fácil de manejar para el profesorado universitario (ni para ningún otro). Porque no se trata sólo de un traslado a lo digital. Si fuese un traslado a lo digital dentro de una situación de cierta normalidad (sea eso lo que sea), no estaríamos así. La situación es de suspensión, la sensación de ruptura está ahí. El estudiante no sólo vive la docencia online sino que convive con el confinamiento, la familia, la pandemia, etc. Vamos, en resumen, que lo que creo es que en lo posible deberíamos dejar en paz a los estudiantes.

No todos los estudiantes tienen acceso a Internet en sus casas o pisos, ni el nivel de digitalización necesario para la docencia telemática. ¿La brecha digital agranda la brecha educativa y social? Este, sin duda, es uno de los temas clave. Hemos deslindado educación de sociedad para forzar una relación que podemos resumir así: sociedad de mercado-educación. En este sentido, corremos el peligro de dejar la educación, como decía, en las manos de las “instituciones” neoliberales que lo ven como un instrumento de adhesión. Y van a aprovechar la oportunidad, no nos quepa duda. Posiblemente lo suyo sería que todo el grueso de los que formamos el sistema educativo, antes de hablar de qué tipo de plataforma usar, etc., deberíamos -por encima de evaluaciones, aprendizajes, y demás- reclamar, por ejemplo, una renta básica de cuarentena, la posibilidad de no pagar alquiler, etc. Esto debería estar en las agendas de rectorados, sindicatos de educación, profesorado, etc. Es decir, la separación del sistema educativo de los procesos sociales y de la desigualdad ha provocado que nos centremos en el elemento competitivo (evaluativo) y dejemos de lado los gruesos problemas de la desigualdad y de la pobreza. O dicho de otro modo: el problema que hace visible de un modo radical esta situación no es lo digital o lo online sino que el sistema educativo es una fea alfombra bajo la cual se ocultan gruesos problemas sociales. Tal vez sería el momento de enfrentarse a ellos. La desigualdad ya estaba ahí, no es nada nuevo, que nos quede claro. Parece que estamos descubriendo cosas y lo que ocurre es que no lo queríamos ver. En definitiva: tenemos también un problema si seguimos planteando la educación en términos de consumo.

“Nuestra idea de sistema educativo es básicamente servil”.

¿Marcará esta crisis un antes y un después en el modelo educativo? ¿Se incorporarán cambios de esta experiencia? Debemos estar en guardia ante soluciones aparentemente simples. Aunque suene raro no creo que la educación sea la que cambie a la sociedad, por mucho que digamos eso, no es verdad. Un sistema educativo (como el nuestro) no puede producir un cambio social, en absoluto. Tenemos esa imagen cursi de que el problema se resuelve con más asignaturas que traten temas concretos que afectan a la sociedad. Eso no sirve. Es más complejo, creo: sólo una transformación social voltea el modelo educativo. Nuestra idea de sistema educativo es básicamente servil. Evidentemente, dentro del modelo educativo existen resistencias, ámbitos claros de oposición desde el profesorado y desde los estudiantes, etc., pero es necesario que estos conecten con otros aspectos sociales, movimientos, etc., fuera del ámbito educativo. Dicho esto, creo que este juego de oposición educativa-sociedad-familias, etc., podría ser la vía de oposición a la implantación de un modelo educativo hipertelematizado que provocará mayor desigualdad así como un sometimiento a medios tecnológicos de empresas que terminarán por dirigir todo esto. El sistema educativo no está pensado para superar la desigualdad sino para reproducirla, para generarla sin rodeos. Ese es el discurso habitual. No deberíamos abandonar la realidad a una fórmula.  Se nos dice que el capitalismo nos ha inhabilitado para imaginar el futuro. Lo cierto es que no es así: nos ofrece muchos futuros. Lo que nos imposibilita es pensar el presente, las opciones que el presente ofrece de cambio, transformación mutua, lucha y tensión.