La conversación fue muy breve. En 2012, Axl Rose salía de un local de Los Angeles cuando fue abordado por los periodistas. “Hey Axl, ¿hay alguna posibilidad de una reunión de Guns and Roses?”. “No en esta vida (Not in this lifetime)”, fue la cortante respuesta del exlíder de la banda señera de los años 90.

Otra vida

Pero esta es otra vida. Después de dos décadas de peripecias, muchas de ellas al borde de la muerte, no cabe duda de que los miembros del grupo angelino disfrutan ahora al menos su segunda vida. Así que ha llegado el momento y después de varios conciertos de prueba, como el de Coachella a finales de abril, Guns and Roses se han reunido para hacer una gira de verdad. Una serie de actuaciones que haciendo gala de la ironía que caracterizaba muchas de sus acciones han llamado Not in this Lifetime… Tour.

Falta gente

La reunión es incompleta, dado que solo la forman Axl Rose, Slash y Duff McKagan, toda vez que Steven Adler sigue más para allá que para acá, después de sus excesos noventeros e Izzy Stradlin parece que va a necesitar un par de vidas más para tan siquiera replantearse volver. Aunque, Adler tocó varias canciones en el show de Cincinnati hace unos días y los mentideros del rock norteamericano no descartan que Stradlin dé su brazo a torcer antes del fin de la gira. Sobre el escenario, estos Guns and Roses parecen absolutamente conscientes de su herencia. Interpretan casi al completo Appetite for Destruction, su primer disco, un elepé troncal en el rock duro y uno de los mejores álbumes de debut de la historia. El repertorio lo completan pasajes escogidos del doble doble Use your Illusion e incluso tres canciones del inabordable Chinese Democracy, que, curiosamente, no desentonan en el directo. Y como siempre, el exquisito gusto del grupo para elegir versiones, como el New Rose de The Damned o The Seeker, de The Who.

Tras la pretemporada con AC/DC

Pero seamos realistas. Lo que todos van a ver es a los tres músicos originales de la banda. A comprobar si son capaces de sacar eso adelante y, especialmente, si Axl Rose mantiene algo de la potencia vocal de los noventa o es tan solo una sombra rechoncha de aquel demoledor frontman. Lo cierto es que Axl salva la papeleta con solvencia y, en ciertos momentos, hasta con sobresaliente. Recuperando su look de la época, pero menos ceñido, lógicamente, mantiene el registro tan peculiar y la cadencia durante las dos horas de concierto. Ha decidido dejar los devaneos de divo que fueron parte de la causa de la disolución de la banda y se limita a hacer su trabajo: ser la cara del grupo. En Estranged ya no necesita aparecer tocando un Steinway embutido de Versace, si no que confía en que la otaku Melissa Reese, desde segundo plano, conduzca la canción mientras él pasea por el escenario. No cabe duda de que la exigente pretemporada que hizo en los últimos conciertos de la gira de AC/DC le ha puesto en forma competitiva. No, no es aquel Axl, pero es alguien más digno y profesional de lo que sus detractores están dispuestos a tolerar.

Slash y Duff

Slash es distinto. Es más difícil decir si el tiempo ha pasado por él oculto por los mismo rizos, gafas y sombrero de copa de hace veinte años. Y la misma clase infinita para destilar riffs inolvidables de la Les Paul. El sonido no cambia, la pose no cambia, el muro de sonido no cambia. Pasarán cien años y Slash seguirá igual. Y en el lado de la derecha otro superviviente. McKagan empasta las dos volcánicas personalidades de sus compañeros, embridando el efervescencia guitarrera de uno y apuntalando el derroche vocal del otro. Al parecer las casas de juego admiten apuestas sobre en qué acabará todo esto. En qué concierto Axl se negará a salir o Slash se hartará de los caprichos del cantante. De momento lo único cierto es que parecen bastante concentrados en recuperar el sitio que durante dos décadas ellos mismos fueron incapaces de defender.