No, nunca nos alegraremos la de muerte de un ser humano. Es más, lo lamentamos muchísimo. Nadie merece morir, independientemente de sus actos. Hay que pensar que cualquier, incluso el peor criminal debe tener la ocasión de redimirse. Mientras esté vivo.

Cazadores de riesgo

Es cierto que hay personas que sumen el riesgo. Y cuyas actividades son difícilmente compatibles con elementales razones éticas. Es el caso de los cazadores profesionales de grandes presas en África. Esas personas extraordinariamente bien pagadas para abatir elefantes, jirafas o leones y que acompañan a millonarios y dignatarios de todo el mundo en cacerías organizadas. Thenius Botha era uno de los más reputados de todo el sur de África. La pasada semana salió en una de sus habituales rondas por Zimbabue. En un momento del safari armado divisaron una manada de elefantes.

Zarandeado por un elefante

Botha se apresuró a cargar su arma y disparar sobre los ejemplares más pequeños de la manada. En ese momento, una de las hembras se abalanzó sobre el cazador y llegó a agarrarle con su trompa. Durante unos eternos segundos lo zarandeó en el aire como un pelele. El resto de compañeros de Botha intervinieron para salvarle. La única solución que se les ocurrió fue disparar contra la hembra furiosa. Al caer sin vida, la mala suerte quiso que el cuerpo de Botha quedara bajo el de la enorme elefanta. El cazador prácticamente murió en el acto, aplastado por las aproximadamente cuatro toneladas de animal. No es la primera vez que tiene lugar un hecho así. Como hemos comentado, la caza de estas especies no está exenta de riesgo, pese a que toda la ventaja sea para el cazador, provisto de sofisticadas armas de fuego. Al final, cuando la cosa queda entre el animal y el hombre, este último lleva todas las de perder.