Una buena manera de comprobar cómo influimos en las especies animales con las que nos relacionamos es analizar el comportamiento de los perros. Llevan tanto tiempo a nuestro lado que hemos condicionado muchos de sus hábitos. Y también su carácter.

La teoría es que el ser humano domesticó a un lobo especialmente atrevido. Un lobo que por un lado había perdido el miedo a los humanos y, por otro, era más dócil que el resto de sus compañeros. De aquel primer perro, todos los demás. Pero también nos llevamos otro rasgo menos agradable. Según una investigación reciente, los perros son más rencorosos que los lobos. Aunque es probable que esto sea también por inducción humana

Ambas especies, tanto lobos como perros, tiene tendencia a vivir en manadas. Los perros domésticos ya no, porque los individualizamos en casas. Pero a la que pueden, se reúnen en jaurías. Los investigadores de la universidad de Viena han analizado el comportamiento de los individuos en las manadas. 

Se pelean menos pero se la guardan más

En los grupos de lobos y perros se producen frecuentes reyertas entre integrantes. La reproducción, la comida o la supremacía son factores que siempre flotan en el ambiente del conjunto. Los expertos observaron cómo se comportaban los animales tras estos incidentes.

Los lobos, a los 10 minutos de la pelea, ya jugueteaban y se olisqueaban como si no hubiera pasado nada. Por el contrario, los perros mantenían la inquina durante horas lo que generaba nuevas disputas. De este modo se retroalimentaba el rencor. Ciertamente, los perros se peleaban en muchas menos ocasiones que los lobos. Sin embargo, les duraba mucho más el enfado. 

Las conclusiones de los investigadores es que la colaboración entre los miembros de una manada de lobos es vital para su supervivienda Sin embargo, los perros han aprendido que al que deben fidelidad es al humano y los otros perros suelen ser competencia o amenaza