Solo tienes que mirar en tu móvil o en tu ordenador para darte cuenta de que la inteligencia artificial [IA] se está imponiendo en prácticamente todas las áreas de nuestra vida.

¿Puede la IA convertirse en un motor de igualdad global o, por el contrario, agudizar las desigualdades existentes?

Y, por supuesto, también está transformando empleos, empresas y sociedades. Ajay Agrawal, Joshua Gans y Avi Goldfarb, de la escuela de negocios de la universidad de Toronto acaban de publicar una investigación en la revista Finance & Development [Finanzas y desarrollo] del Fondo Monetario Internacional [FMI], en la que se preguntan: ¿puede la IA convertirse en un motor de igualdad global o, por el contrario, agudizar las desigualdades existentes?

El doble filo de la IA

Según los autores, “las mejoras en la predicción de las máquinas hacen que el juicio y la toma de decisiones humanos sean más valiosos”. Esta idea central apunta a un cambio de paradigma: lejos de sustituir a las personas, la IA aumenta la importancia de la intuición, la experiencia y el criterio humano. Pero el efecto final dependerá de cómo se gestionen sus beneficios y riesgos.

Por un lado, esta tecnología es capaz de igualar o superar a los humanos en tareas centradas en la predicción, como la atención al cliente o la clasificación de datos. Esto, explican los autores, puede “desplazar el empleo hacia regiones de bajos salarios y reducir las brechas salariales”. En este sentido, la automatización puede ser un factor de redistribución económica, al abaratar servicios y ampliar el acceso a determinadas funciones.

Por otro lado, en áreas en las que el juicio es crítico —como la investigación científica, la medicina o la estrategia empresarial— la IA se convierte en un complemento que amplifica las capacidades de los profesionales más cualificados.

Estos trabajadores, al poder discriminar mejor entre resultados útiles y falsos positivos, incrementan su valor en el mercado. Como señala el informe, “los profesionales con un juicio superior obtienen recompensas desproporcionadas”.

La consecuencia es clara: la IA puede democratizar algunos empleos, pero al mismo tiempo aumentar el valor de la élite profesional, con lo que generaría una brecha difícil de cerrar.

La “isla de genios”

Para ilustrar este dilema, los autores proponen un ejercicio de imaginación: una “isla de genios” repleta de expertos brillantes pero subempleados. Si esta isla se integrase en la economía global, los efectos podrían ser contradictorios.

Por un lado, se abriría la puerta a una “explosión de productividad” gracias a servicios más baratos y eficaces en sectores como la salud, la educación o la tecnología. Por otro, surgiría el riesgo de “desempleo profesional generalizado, colapso de salarios y concentración de riqueza y poder en pocas manos”.

Esta metáfora subraya que la IA no es en sí misma buena o mala: es un acelerador de tendencias que puede conducir a un escenario de prosperidad compartida o de tensión social y económica.

El papel de las políticas públicas

El artículo del FMI propone tres grandes líneas de acción para orientar el desarrollo de la inteligencia artificial hacia un modelo inclusivo. En primer lugar, fortalecer el juicio humano: ampliar el acceso a educación de calidad y formación en habilidades de decisión compleja. No basta con aprender a usar algoritmos; es necesario cultivar capacidades críticas que permitan discernir entre información fiable y ruido.

La segunda medida es fomentar la movilidad global del talento: facilitar que los profesionales con juicio avanzado puedan compartir conocimientos y experiencias en distintos países. Como apuntan los autores, “la movilidad del talento evita que las competencias se concentren en unas pocas regiones dominantes”.

Por último, descentralizar las capacidades de IA: distribuir infraestructuras, financiación e incentivos para que el desarrollo de predicciones basadas en IA no quede restringido a los grandes polos tecnológicos. Esto implica apoyar a países emergentes y regiones con menor músculo económico.

Estas medidas son cruciales porque, como advierte el estudio, “el impacto final dependerá de si la amplificación de las tareas intensivas en juicio supera sus efectos igualadores en roles basados en predicción”.

IA, desigualdad y el futuro del trabajo

El debate sobre la relación entre inteligencia artificial y desigualdad no es nuevo, pero este análisis introduce un matiz clave: el verdadero diferenciador no está en la capacidad de predecir, sino en la de juzgar.

En otras palabras, la IA democratiza la predicción, pero eleva la relevancia de la interpretación humana. Esto puede tener consecuencias directas en el mercado laboral, como que los empleos rutinarios y predecibles se vean más presionados por la automatización.

Además, los trabajos que requieren pensamiento crítico, intuición o toma de decisiones en contextos de incertidumbre ganarán valor.

En el ámbito internacional, los países con sistemas educativos sólidos y con capacidad de atraer talento tendrán una ventaja competitiva significativa.

En palabras de los autores, “la cuestión no es si la IA sustituirá al ser humano, sino qué aspectos de la toma de decisiones se volverán más valiosos”.

Una encrucijada global

El escenario que describe el FMI abre una encrucijada para gobiernos, empresas y ciudadanos. Si se logra equilibrar el poder de la IA con políticas redistributivas e inclusivas, el mundo podría experimentar un salto de productividad y bienestar sin precedentes.

En cambio, si la concentración de talento, capital e infraestructuras se intensifica en unas pocas manos, la promesa de la IA podría convertirse en una fuente de nuevas tensiones sociales y económicas.

Como resume el artículo: “La IA tiene el potencial de reducir la desigualdad o profundizarla. El resultado dependerá de las decisiones políticas que tomemos hoy”.

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