La última semana de Julio ha sido muy prolífica en datos sobre la coyuntura, con nuevos registros provenientes de la Encuesta de Población Activa, PIB trimestral y, finalmente, el IPC adelantado. Todos los datos apuntan a una fuerte resiliencia de la economía española, si bien cabe destacarse que existen motivos para no bajar la guardia.

En primer lugar, comencemos por el empleo. Según la EPA, España ha superado ya los 21 millones de trabajadores, una cifra inédita, después de un trimestre con una fuerte creación de empleo, más de 600.000 trabajadores nuevos, y una fuerte reducción de la tasa de paro, que se sitúa en el 11,6%. Tradicionalmente, el segundo trimestre del año ha sido muy positivo en términos de creación de empleo, pero este año lo ha sido particularmente, con cifras que se han considerado de récord. La resistencia de los datos de afiliación a lo largo del trimestre ya apuntaban a buenas cifras, pero realmente han estado por encima de las expectativas.

No ha sido así en el caso del PIB. El crecimiento intertrimestral se ha situado en un 0,4%, que no es, precisamente, una cifra espectacular, y que apunta a una desaceleración de la economía española tras un primer trimestre creciendo al 0,5%. En principio, estos guarismos no deberían suponer motivos de gran preocupación, pues era esperable que, con la Unión Europea en un crecimiento raquítico y con Alemania en recesión, España viera como su sector exterior, que ha sido motor de crecimiento económico en los últimos periodos, sufriera cierto parón, como así ha sido. La buena noticia es la recuperación de la inversión, que crece en intertrimestral y tira del PIB, con una aportación positiva de un consumo interno que no termina de despegar tras la fuerte pérdida de poder adquisitivo todavía no recuperado desde 2022.

El tercer elemento de reflexión lo ofrece la inflación del mes de julio. En términos intermensuales -que también hay que mirar- el crecimiento ha sido reducido -un 0,1% para el índice general y un 0% para la inflación subyacente- pero el efecto base hace que la inflación, medida en términos interanuales, se haya elevado del 1,9% al 2,3%. Sigue siendo una de las más bajas de la Unión Europea, pero apunta a que, una vez absorbido los efectos base tras la montaña rusa del 2022, sea probable un nuevo crecimiento interanual de los precios, aunque lejos de los registros que tanto nos alarmaron en 2022. En lo que va de año, la inflación se ha situado en un 3%, pese al bajo crecimiento de julio. Agosto suele ser un mes bastante neutro para los precios, de manera que un nuevo crecimiento podría trasladarse al último trimestre, aunque tengamos que tener un ojo puesto en los precios del sector turístico, que está teniendo altísimas cotas de ocupación durante este verano.

¿Qué supone la combinación de estos datos? La primera conclusión que podemos señalar es que es difícil que veamos una mejora sustancial de indicadores en la segunda parte del año: los efectos base y la desaceleración europea van a jugar un papel y los datos esperados no apuntan a una mejoria, sino, en el mejor de los casos, a cierta estabilización. A fin de cuentas, las previsiones apuntan a que España crecerá este año ligeramente por encima del 2% -con previsiones que varían desde un 1,9% del Banco de España a la más reciente del FMI, que se sitúa en el 2,5%- y con un menor crecimiento en 2024, en el entorno del 2%. Veníamos de crecer, en 2022, un 5,5%, impulsados todavía por el rebote de la pandemia. Así que lo normal es que con un menor ritmo de crecimiento, los datos no sean tan espectaculares.

La segunda conclusión es que España está mostrando una importante resiliencia ante las subidas de tipos del Banco Central Europeo. Las subidas de tipos muestran sus efectos en la economía pero no están enfriando demasiado su crecimiento. Los bancos están mostrando también una importante resiliencia ante el endurecimiento de las condiciones crediticias, con una España que lleva una década en pleno desapalancamiento desde el estallido de la burbuja financiera.  Tendremos que estar atentos al incremento de la morosidad pero en principio no se detectan graves problemas en este ámbito.

En tercer lugar, y esta es quizá la más relevante, es que España no podrá confiar en la coyuntura para seguir mejorando sus registros de desempleo y renta. En septiembre se realizará la revisión anual del PIB y es bastante probable que tengamos noticias positivas en este ámbito, quizá, con el dato de que España realmente recuperó el nivel de PIB de 2019 en 2022, unos meses antes de lo que ahora consideramos. Pero en la medida en que el desempleo se acerca a sus tasa estructurales -que son particularmente altas en nuestro país- y el crecimiento del PIB nos sitúa en nuestra senda de crecimiento potencial, la coyuntura va a dejar de ejercer su viento de cola. Tocará entonces volver a considerar las reformas estructurales necesarias para mejorar nuestra situación económica, en un contexto, además, de consolidación fiscal provocado por la vuelta de las reglas fiscales de la Unión Europea. En definitiva, los buenos datos de coyuntura de los que hemos estado disfrutando pueden dar paso a una situación más compleja para la que conviene prepararse adecuadamente.