La invasión de Rusia a Ucrania no solo tiene consecuencias tan graves como el éxodo de una parte de la población ucraniana y, lo más lamentable, la pérdida de muchas vidas y la destrucción de ciudades e infraestructuras que costará mucho volver a poner en funcionamiento. La pregunta que se hacen desde los ministerios de Economía de todo el mundo y también los analistas económicos es ¿cómo va a afectar el conflicto en el nuevo orden económico mundial?, pese a que Rusia -gran potencial nuclear y en materias primas- sea un país con un peso de su Producto Interior Bruto (PIB) poco relevante.

Los efectos que ya estamos viendo en este mes de invasión puede convertirse en tendencia, al menos para los próximos años. También las sanciones y la forma en la que han reaccionado los grandes inversores mundiales que se han unido de forma espontánea a los castigos impuestos por otros países. Ya son numerosos, tanto los inversores como los gestores de fondos, que  incorporan principios éticos a la hora de colocar aquí o allá el dinero, en respuesta estos últimos a los deseos de sus clientes. No obstante, Rusia lleva años siendo un mercado en cuarentena tras la invasión de Crimea en 2014, y también después del varapalo sufrido por la crisis de Rusia de 1998. Por ello, la “enganchada” con bonos y valores rusos no ha sido preocupante, pese a registrar caídas que han superado el 90% de su valor.

Pese a su baja importancia, incluso si se produjese un impago de la deuda rusa (algo que realmente ha ocurrido de forma parcial al pagar los intereses en rublos) otras son las enseñanzas que aventuran un nuevo orden económico mundial. El banco estadounidense, Goldman Sachs calificó con ingenio los problemas de suministro y de alza en las materias primas como la “venganza de la vieja economía”. La guerra en Ucrania no ha hecho sino convertir a esa vieja economía -formada sobre todo por petroleras, eléctricas tradicionales y empresas productoras o transformadoras de materias primas- en todavía más vengativa, si cabe. Una vieja economía que se había sido relegada en favor de las compañías renovables, limpias y, sobre todo, del brillo de todo aquello con halo tecnológico.

Los analistas de la gran gestora mundial Carmignac se atreven a dibujar ese nuevo orden mundial que nos han traído la muerte, los misiles, la destrucción y el éxodo. Por ejemplo, las medidas que actualmente toman los gobiernos dibujan un panorama futuro de tensiones en los precios. Acelerar la transición energética, aumentar los presupuestos de defensa, redefinir las rutas de suministro energético y relocalizar las producciones son decisiones que impulsarán la inflación durante años antes de producir cualquier tipo de eficiencia económica, estiman estos expertos.

En este sentido, el conflicto entre Rusia y Ucrania “confirmaría el final de la dinámica desinflacionista de los últimos cuarenta años, basada en una potente integración económica mundial y una demografía virtuosa, y daría comienzo a un nuevo orden económico”. Estiman que este nuevo orden estaría marcado por una especie de repliegue económico, una desintegración destinada a favorecer la independencia industrial y energética, cuya necesidad se ha revelado de forma manifiesta con la actual pandemia y las tensiones geopolíticas.

Esta reversión del ciclo largo hacia un alza de la inflación devolvería un lustre casi olvidado a los sectores de la vieja economía, siempre que se reexaminen racionalmente las múltiples limitaciones que pesan sobre su reimplantación. “Los continuos avances tecnológicos deberían facilitar este regreso parcial al mundo del pasado y prometen hacerlo más eficaz a largo plazo. Tal vez este sea el nuevo orden mundial”, indican. Sin duda, un punto de partida para la creencia segura que tras la pandemia y sus efectos, agravada ahora por la triste realidad bélica, nada será igual a lo que hemos vivido recientemente. Como mínimo, tardará en volver a ser mejor.