Estos días se están publicando los resultados correspondientes al tercer trimestre del año, y los bancos y las empresas energéticas están en el punto de mira. Los Gobiernos, no solo el español, miran esos beneficios con recelo y con cierta avidez para ver si, de una u otra manera, los pueden compartir con el resto de los ciudadanos, y emplearlos –supuestamente- en políticas sociales que favorezcan a todos.

Sin duda, una situación hasta ahora no vista entre el mundo empresarial de todo el mundo y que abre numerosos interrogantes. Tal vez y sin falta de cierta sorna, habría que decir que esas ganancias ya las comparten con el resto de los mortales de diversas formas. De un lado, el Impuesto de Sociedades que supone lógicamente miles de millones de euros. De otro, a través de los mercados financieros, bien sea con los dividendos que perciben anualmente los accionistas de forma directa o aquellos que tengan un fondo de inversión o un plan de pensiones que cuenten con esas compañías en sus carteras. Eso sí, estos últimos –aunque muy abundantes si se miran las cifras de partícipes en los fondos de inversión y de pensiones- deben ser previamente ahorradores, inversores…

La idea de compartir las ganancias parece interesante, pero es complicado satanizar ese notable aumento de los beneficios como si se tratara de operaciones oscuras de lucro. Pues no, las reglas de los mercados y las circunstancias económicas son las responsables de que muchos beneficios se estén disparando. Reglas que están en manos de los políticos y circunstancias cuyos vientos soplan muchas veces a favor y otros en contra.

En el caso de los bancos, la subida de los tipos de interés provoca que su margen de intermediación se amplíe (diferencia entre lo que retribuyen al ahorro y lo que cobran por créditos y préstamos). Algo que tendría que ocurrir tarde o temprano después de una década de tipos bajos o negativos en los que la banca se quejaba de su bajísima rentabilidad al Banco Central Europeo (BCE) que, lógicamente, nunca dio su brazo a torcer para que los bancos respirasen o ganasen más. Reducción drástica de sucursales y empleos fueron la consecuencia de esa situación de márgenes tan estrechos. Acaso en vez de exigir los beneficios actuales se debería poner coto cuando en la actual libertad total del mercado se exigen tipos de interés altísimos en muchos créditos que no tienen mucho que ver con la situación de los mercados. Se supone que aquí la competencia debería funcionar y si no lo hace por existencia de carteles, están las sanciones que muchas veces reciben por abusos con la clientela.

En el caso de las energéticas, los precios que hay son los del mercado. Manipulados por el mercado en numerosas operaciones que finalmente no suponen la transacción, por ejemplo, de petróleo, gas o divisas. Son simples apuestas financieras. Pues esta realidad de que el precio lo fijan los mercados con sus distintos intervinientes tanto industriales como financieros lleva siendo así desde casi siempre. ¿Ha cambiado algo para que esta práctica sea fraudulenta, delictiva o reprochable?

Europa busca nuevas referencias del precio del gas porque los TTF holandesas no le gustan. Es más se ha decidido en el caso de España o Portugal topar el precio del gas, una medida que ya estudian otras economías europeas que no acaban de dar el paso.

El mercado del petróleo con el barril Brent actualmente en los 94 dólares ha estado mucho más alto en otras ocasiones y bajó estrepitosamente en el 2020 de la pandemia cuando la gente estaba en casita sin mover el coche.

Son las reglas del mercado que están vigentes desde hace muchos años y que nadie parece estar dispuesto a tocar. Está en manos de los políticos cambiar las normas del juego de los mercados, aunque parece un empeño casi imposible. No pocas veces acaban liados entre puertas giratorias y el inmenso poder que han alcanzado los mercados. Si no, miren ustedes el reciente caso del Reino Unido