La intervención en la economía de los bancos centrales, los gobiernos e, incluso, los agentes privados es asombrosa en los últimos años. Ha sido un cambio radical que se aprecia también en organismos oficiales como el Fondo Monetario Internacional (FMI) o el Banco Mundial (BM) tachados habitualmente de arietes del liberalismo. Sus recetas ahora sorprenden frente a lo que decían hace solo unos años. Se ha pasado de exigir una ortodoxia en las cifras a alentar el apoyo de los gobiernos y los bancos centrales para evitar males mayores.

Tal vez, los primeros pasos se dieron en el seno de Europa tras la crisis financiera e inmobiliaria de 2008. Los llamados “halcones” alemanes dispuestos a que se impusieran criterios de cumplimiento estricto en las cifras pactadas fueron poco a poco vencidos por el las “palomas” que abrían la mano al dinero público para evitar males mayores. Es más, nunca Alemania quiso ni quiere la mutualización de la deuda europea, pero la compra del BCE de la deuda de los países y más recientemente el plan para evitar que se disparen las primas en los llamados periféricos ha sido, de hecho, una mutualización en toda regla.

Los ortodoxos, los duros han perdido la batalla en esta larga década de crisis que tuvo su exponente en la del euro del 2013. Algo que en Estados Unidos con gobiernos demócratas y republicanos no fue nunca objeto de controversia. De forma inteligente las autoridades económicas estadounidenses decidieron intervenir sus bancos, haciéndose propietarios de parte de su capital, mientras que las intervenciones de la Reserva Federal sobre los bonos nunca fueron llevadas a un debate intenso.

Es todo un cambio de paradigma que tiene en el aumento de la deuda pública su claro reflejo. Los Gobiernos se han endeudado más aún, y los bancos centrales han asumido gran parte de la nueva deuda emitida. Las consecuencias derivadas de estas políticas de intervención han sido más de una década de tipos cero o negativos y también el alza descontrolada de la inflación como consecuencia de una política monetaria muy expansiva que ahora se busca revertir con la subida de los tipos de interés. Pero en este ambiente de laxitud, incluso es posible que la anunciada reducción del balance de los bancos centrales prevista ya este año en Estados Unidos y también en Europa se posponga o reduzca su ritmo. No hay prisas.

Fruto de las intervenciones del Banco Central Europeo y sus tipos mínimos, este año se han producido abundantes pérdidas en los mercados de bonos que pueden calificarse de históricas. Caídas del precio de los bonos en torno al 17% anual, nunca vistas antes. Pero como el mercado de deuda ha estado intervenido durante años por el BCE –favoreciendo también tangencialmente a las bolsas de valores- el organismo dirigido por Christine Lagarde asoma unas pérdidas de 900.000 millones de euros como debido a la depreciación de esos bonos.

Sería un dificilísimo ejercicio averiguar si hubiese sido mejor ir por el camino de los economistas duros o haber caído en manos de los más laxos como ha ocurrido. Sabemos las cosas malas que hay encima de la mesa: crecimiento de la deuda, pérdida de su valor y elevada inflación, pero quién sabe lo que hubiera ocurrido en caso contrario: menor crecimiento, desempleo…

En este cambio de modelo, me ha parecido asombrosa la iniciativa de Caixabank de suavizar los efectos de la subida de las hipotecas de sus clientes y que ya se está extendiendo al conjunto de hipotecados siempre que estos –falta una mayor concreción- no superen ingresos anuales de 24.000 euros. Se trataría de pagar solo intereses y no amortizar capital, volviendo a la normalidad cuando los tipos bajen. Sin duda, una iniciativa interesante, novedosa que lleva la intervención privada-pública al terreno del mercado hipotecario. Una medida que encierra altruismo sin lugar a dudas, pero que también busca evitar un caos hipotecario que en 2010 no benefició ni a bancos ni a clientes.