Tantas historias se suceden en ese pasaje a la ficción que son los escenarios, y ahí está, toda una aventura que empieza cuando cae el telón: la del teatro español en su laberinto. En una época de ocio en casa, en la que lo digital e Internet marcan el paso y las políticas culturales se discuten con ganas, las artes escénicas, las más impirateables, exploran nuevas vías de gestión y rentabilidad.

¿No tiene algo el teatro español actual del inglés de los años noventa? Un espaldarazo literario recorría aquellos escenarios con ideas frescas e innovadoras. Sarah Kane, Martin Crimp o Philip Ridley eran a los teatros británicos lo que hoy representa en los nuestros esa brillantísima generación de dramaturgos que incluye a Juan Mayorga, Andrés Lima, Alfredo Sanzol, Laila Ripoll, Pablo Messiez, Yolanda Pallín o Miguel del Arco.

Pero resulta que tanto talento no da dinero per sé, y se están buscando maneras complementarias a la artística de hacer del teatro una verdadera industria. Y para muestra el botón de Madrid, que, según el Anuario SGAE 2015 de las artes escénicas, musicales y audiovisuales, acumula el 31,8% de todas las representaciones españolas, con Barcelona pisándole los talones con su 21,7%. Detectamos en la capital un novedoso patrón común a varios teatros, que pasa por combinar, en su oferta cultural, obras, algunas de original formato (microteatro, monólogos, etc.), con otras experiencias de ocio (restauración o música).

El microteatro abrió la veda

Quizá un primer precedente al respecto fue Microteatro por dinero, un invento que se puso en marcha en 2009 ofreciendo representaciones de 15 minutos que el espectador intercala con copas en el bar del propio local. La fórmula se ha replicado -y mucho- en Madrid y provincias, y han seguido su estela innovadora, por ejemplo, los Teatros Luchana, que llevan desde el año pasado dándole una segunda vida al edificio que albergaba los extintos cines homónimos, aplicando al teatro el concepto multisala e integrando un moderno y estético restaurante.

También en una línea afín se pueden analizar el proyecto del Gran Teatro Príncipe Pío, que, si nada falla, en 2017 convertirá la antigua Estación Norte, en toda su extensión art decó, en un tres en uno de teatro, academia de artistas y multiespacio de restauración, y las dos novedades más recientes del mapa teatral de Madrid: la reinvención de la mítica sala Florida Park, planteada en su nueva versión con distintos espacios culinarios, terraza y hasta un mercado -además, claro, de la sala de teatro y conciertos-, y la nueva etapa que inaugura el centenario Teatro Pavón, ahora que Kamikaze Producciones ha entrado a gestionarlo, con actividad de la mañana a la noche abriendo sus espacios a todo tipo de propuestas. Por las tardes habrá una programación teatral pero por las mañanas se abre a talleres y encuentros entre profesionales de todos los ámbitos del teatro, y se utiliza el Ambigú, además de para lecturas dramatizadas, encuentros con el público...

¿Son, estos movimientos, una vuelta de tuerca al modelo clásico de gestión teatral, acaso ya obsoleto? Seguramente el modelo tradicional esté cambiando, porque el público pide esos cambios. Quiere conocer más sobre los procesos de elaboración de espectáculos y conocer de cerca a los profesionales que participan en ellos. Creo que el teatro, si ha sobrevivido a través de los tiempos, es precisamente por saber adaptarse a la era y época que le toca vivir, señala. Perviven modelos tradicionales, y otros que no lo son tanto, no hay un solo modelo y por tanto, nada y todo está obsoleto.

Sobredosis de lo alternativo

En paralelo a estas nuevas iniciativas, se ha fortalecido lo off, ha resucitado en algo el espíritu de aquel teatro independiente, de cámara y ensayo que durante el franquismo quiso acercarse, desde la clandestinidad, a las experiencias europeas del momento, y cuyos representantes, ya en democracia, ocuparon cargos oficiales en Cultura. El Teatro del Barrio, la Sala Mirador, la Tribueñe, la Sala Tú, el vestíbulo y el sótano del Teatro Lara… Así, sumamos más de un centenar de salas off en Madrid, según el recuento de la SGAE, con su medio centenar de localidades low cost por cabeza, su a veces exótico emplazamiento y su limitado número de funciones.

Hay quien habla ya de burbuja, y, de hecho, en los últimos meses han echado el cierre algunos de estos espacios, como la sala Kubik o la Guindalera. Mantener un espacio teatral de pocas localidades es un problema con la cantidad de gastos que requiere una sala, por pequeña que sea. Todas esas salas se han mantenido por el esfuerzo y amor al teatro de la gente que las gestiona, pero llega un momento en que no se pueden mantener. Posiblemente haya habido una sobreoferta de estos formatos.

El maldito IVA y los subsalarios

De manera transversal, la gestión de todo teatro afronta hoy retos como las reticencias del público al precio de las entradas. Y eso que la entrada media española es la mitad de lo que se paga en Londres. Es una cuestión cultural, a juicio de Juan Antonio Molina, actor y productor teatral de A media luz los tres o el Milagro en casa de los López, ambas en cartel. Con todo, es crítico con que la quinta parte de las entradas se las lleve directamente Hacienda con el 21% de IVA, y otro 10%, la SGAE.

También preocupan los salarios. Según un informe que publicó hace unos días AISGE (Asociación de Actores e Intérpretes), el 54% de los actores españoles no ha podido trabajar en lo suyo ni un solo día en los tres últimos años. ¿Cómo resolverlo? Quizá debería incentivarse la producción y la publicidad desde los organismos públicos. El apoyo de los poderes públicos podría llegar también pagando con más puntualidad y agilizando la tramitación de subvenciones, que a veces tardan un año en cobrarse. Los festivales sirven de oxígeno económico, pero no en todo es fácil participar.