Angus Deaton, premio Nobel de la disciplina en 2015, reflexionaba hace poco tiempo sobre el cambio operado en la ciencia Económica, cuando los economistas de la escuela de Cambrigde fueron relegados por el auge de la escuela de Chicago, y los economistas dejaron de preguntarse por cuestiones tales como la desigualdad, o dejaron de dialogar con los filósofos políticos sobre estas materias. El dominio de la disciplina forjado por la revolución teórica de los años 70 y 80 basada en expectativas racionales y la nueva macroeconomía clásica, que arrinconaba los principios keynesianos a una esquina, duró relativamente poco tiempo en la academia, pero lo suficiente para establecer un marco general de política económica que, basado en la desregulación y la primacía de los mercados, llevó las riendas de la política económica desde la “gran moderación” de los noventa hasta la crisis económica de 2008. La proclamación de la economía como “ciencia sin ideología” casa mal con algunas recientes investigaciones empíricas sobre la ideología de los economistas (aquí y aquí). Porque la economía puede ser una disciplina sin ideología, pero los economistas, no.

Afortunadamente, hoy se está produciendo un giro en la orientación de la disciplina económica. Las reflexiones acaecidas en torno a la crisis de la pasada década han abierto un nuevo escenario en el que recomponer una visión diferente de la misma. Son todavía piezas de un puzzle, pero poco a poco va conformando un nuevo marco de políticas económicas.

Si atendemos a la reflexión teórica, la apertura de la economía a la psicología y a los principios basados en la conducta de los individuos, a partir de investigaciones como las desarrolladas por Richard Thaler (Premio Nobel 2016) y Daniel Kanheman (Premio Nobel 2002), hoy sabemos que el individuo racional que presuponían la escuela de las expectativas racionales no es tal, y que existen numerosas fallas cognitivas que hacen que en ocasiones el ser humano no se comporte de manera plenamente racional. Robert Shiller (Premio Nobel 2013) ha incorporado esta realidad a la evolución económica hablando de “Animal Spirits” y Paul de Grauwe, profesor en la London School of Economics, ha propuesto toda una modelización basada en actores con fallas cognitivas que nos permite hablar de una macroeconomía “conductista” en la que los actores pueden tomar decisiones equivocadas. El resultado de todo este esfuerzo es una revisión de los fundamentos sobre los que se basa la autorregulación de los mercados y los modelos en los que basamos nuestro análisis de política económica. No son los únicos: hace unos días, Samuel Bentolila hablaba en el blog “Nada es Gratis” de la “nueva ola progre” de análisis económico, donde la evidencia y los nuevos métodos de análisis están cuestionando algunos de los viejos mitos de la disciplina. Las nuevas reflexiones teóricas y experimentales están llegando también a los métodos de enseñanza y los manuales. Así, el proyectos CORE está proponiendo nuevos materiales más abiertos para la enseñanza de la economía, partiendo de los nuevos avances en la disciplina y enfocándola a problemas como el medio ambiente, la desigualdad, la innovación o el papel de las políticas públicas.

El impacto de todos estos elementos en la política económica tampoco se ha dejado de notar: uno de los macroeconomistas más notables del momento, el Francés Olivier Blanchard, ha editado cuatro libros fruto de sendos encuentros con los más prominentes economistas de la época revisando los principios sobre los que se basa la política económica. El resultado es un nuevo consenso que recupera el papel de la política fiscal y de la regulación, la aparición de los llamados instrumentos macroprudenciales y la promoción de un crecimiento económico que tenga en cuenta los efectos distributivos. A este nuevo paradigma, tan bien representado por la política económica del Banco Central Europeo durante la era Draghi, se han unido instituciones como el Banco Mundial -que ha situado la desigualdad como uno de sus ejes prioritarios- el Fondo Monetario Internacional o la OCDE, que hablan abiertamente de crecimiento económico inclusivo y de un enfoque más complejo y abierto de la política económica. La propia Comisión Europea se ha sumado a esta visión, apostando por el Green Deal y por el Crecimiento Económico sostenible e inclusivo como nueva estrategia de crecimiento para la Unión Europea.

El debate público ha cambiado también de orientación. A los clásicos superventas progresistas como Jeffrey Sachs, Joseph Stiglitz o Paul Krugman, con décadas de investigación en su haber y con una buena decena de libros cada uno, se han sumado en la última década una nueva generación de economistas como Dani Rodrik, Thomas Piketty, Gabriel Zucman, Mariana Mazzucato, Daron Acemoglu o Branco Milanovic, con importantes aportaciones sobre los excesos de la globalización, la lucha contra la desigualdad extrema, el papel del sector público o la construcción de instituciones inclusivas para favorecer la prosperidad, libros que ocupan los estantes de superventas en las librerías especializadas y para el gran público. Muchas de estas nuevas estrellas mediáticas colaboran con nuevos centros de pensamiento económico con el Instituto para el nuevo pensamiento económico (INET).

Faltaba en este puzle una pieza fundamental, que es la propia de los actores económicos: la revolución corporativa que certificó Davos el pasado mes de enero señalaba, a través de su nuevo manifiesto, que entramos en la era del “Capitalismo de stakeholders”, donde las opiniones, necesidades e intereses de los consumidores, trabajadores y afectados por las decisiones de las empresas deberían ser tenidos en cuenta al mismo nivel que los intereses de los accionistas. Un nuevo modelo de empresa “con propósito” más allá de la mera acumulación de beneficios se abre paso en la reflexión empresarial.

Nos encontramos, por lo tanto, ante una ventana de oportunidad para un modelo de política económica más inclusivo, teóricamente consistente y socialmente aceptable. El giro progresista en la economía es evidente, aunque no se está sustanciando en proyectos políticos específicos, al menos de momento. No es una hoja de ruta con un perfil definido, sino más bien un conjunto de piezas con las que armar ese modelo. Dependerá de cómo las usemos que sea sólo una moda pasajera o una nueva etapa, tan deseada como necesaria.