España pasa por momentos muy difíciles. La independencia, ahora que no existen fronteras, ni monedas propias, ni capacidad legislativa absolutamente autónoma, ahora que los ejércitos aceptan mandos y misiones foráneos, se concentra y simboliza en la Economía. Los países no se ocupan ya por cuerpos expedicionarios que sitúan a un familiar del Emperador en el Trono sino por comandos de funcionarios que asumen las riendas financieras de los países intervenidos en régimen de protectorado. Desde la difusa sede del poder financiero internacional se sancionan con dureza las supuestas debilidades a la hora de obedecer sus dictados o se premian con palmaditas en la espalda los gestos que caminan en la dirección adecuada. El desprecio de Napoleón por la familia real española, protagonista en Bayona de una de las páginas más vergonzosas de nuestra historia, se materializó en una doctrina expansionista envuelta en las ideas de la ilustración y la modernidad. Hoy el proceso no genera reacciones heroicas ni inspira las pinturas de los herederos de Goya. La pleitesía se rinde ahora al ministro de finanzas alemán o al presidente del Banco Central Europeo. Y, si hace falta, se blindan las fronteras y las calles y se suspende el Tratado de Schengen para asegurar su confortabilidad. No vaya a ser que a una españolita del siglo XXI se la ocurra emular a Manuela Malasaña.

En España hay muchos patriotas y demasiados patrioteros. Estos últimos andan desconcertados, con el pie cambiado, ante las medidas nacionalizadoras en algunos países a los que siguen considerando como antiguas colonias. No saben qué decir cuando el responsable de una petrolera española se exhibe feliz junto al gobernante que acaba de nacionalizar una empresa de su misma nacionalidad horas después de haber sufrido una medida similar en un Estado fronterizo. El nivel de patrioterismo se mide a tenor de la cuenta de resultados. Algunos dirigentes políticos españoles, y destacadamente la presidenta de la Comunidad de Madrid, gustan de presidir desfiles conmemorativos de gestas populares como las del 2 de mayo de 1808 y pronunciar solemnes discursos cargados de vacío. Exaltan la reacción del “noble pueblo” de ayer y denigran e insultan a quienes hoy ya no merecen esa calificación sino la de “turbas callejeras”, “gamberros sindicales”, etc., cuando osan ejercitar pacíficamente un derecho conquistado .Cuando su patriotismo ciudadano les obliga a defender, otra vez, la Independencia frente a ese Imperio sin cetro ni corona que quiere gobernarnos con virreyes. Simbólico que los dirigentes de los Bancos Centrales se llamen Gobernadores.

Eduardo Sotillos es periodista y secretario de Comunicación y Estrategia del PSM
Artículo publicado originalmente en la web de Fundación Sistema