Las elecciones federales del domingo en tres 'Länder' alemanes han puesto de manifiesto el ascenso del partido de extrema derecha Alternativa para Alemania (AfD), que continúa ganando posiciones de forma inexorable y que puede llegar a ser el principal partido en la oposición tras las elecciones a la cancillería del año que viene, confirmando, de esta forma, el auge de las formaciones ultraderechistas en los países europeos.

Sin embargo, al igual que ocurriera en la aldea de Astérix y Obélix que estaba poblada por irreductibles galos que se resistían al invasor romano, existe en Europa un país que no permite que la ultraderecha se aposente en su territorio. Y ese país es… España.

Este singular fenómeno nos obliga a hacernos una pregunta clave. ¿Por qué en España no hay riesgo de ascenso de las formaciones de ultraderecha cuando este peligro es evidente en los países civilizados de nuestro entorno? ¿Cuál será la pócima mágica que nos hace irreductibles ante los ultraderechistas y nos otorga la fuerza necesaria para resistirnos y no caer en los señuelos que predican estas formaciones?

Sigamos con las preguntas: ¿Será porque en nuestro país el partido que cuenta hoy con la confianza mayoritaria de los ciudadanos fue fundado por líderes de una dictadura que pervivió durante unos cuarenta años no teniendo esta circunstancia parangón con el resto de países europeos porque, en los que el fascismo se hizo con el poder, éste se extinguió con el final de la Segunda Guerra Mundial dando paso a regímenes democráticos?

¿Será porque los dirigentes de este partido jamás han condenado con auténtica determinación la dictadura  de la que proceden sino que, antes al contrario, la han definido como un periodo de “extraordinaria placidez” –lo dijo un diputado, eurodiputado, candidato a lehendakari y ministro del Interior llamado Jaime Mayor Oreja- o se han mofado de los descendientes de las víctimas de sus ancestros afirmando –como lo hiciera el actual portavoz de su Grupo Parlamentario en el Congreso, Rafael Hernando- que “sólo se acuerdan de sus familiares cuando hay subvenciones” o, para terminar con los ejemplos, han realizado actuaciones y declaraciones de tinte racista y xenófobo que incluso a uno de ellos lo llevó al banquillo de los acusados por presunta incitación a la discriminación y el odio -el que fuera alcalde de Badalona y posteriormente candidato a la presidencia para las últimas elecciones autonómicas en Cataluña, Xavier García Albiol?

¿Será porque esta formación política votó en contra de la primera Ley del divorcio de nuestra reciente democracia –corría el año 1981- y, desde entonces, se ha opuesto sistemáticamente a todas las leyes que significaban avances en la conquista de los derechos y las libertades?

¿Será porque ha aprobado una Ley de Seguridad Ciudadana -la ley “Mordaza”- que es la más restrictiva de derechos de toda Europa y que ha sido denunciada por la ONU porque impone durísimas penas -desde multas millonarias a cárcel- para dejar en papel mojado el derecho de los ciudadanos a manifestarse o a ejercer sus derechos sociales fundamentales?

¿Será porque practica, justifica y recomienda las devoluciones fronterizas en caliente y permite, alienta y promueve las actitudes xenófobas y racistas para acosar, violentar, amedrentar y expulsar a personas inmigrantes según su color de piel, su acento o lugar de procedencia?

¿Será porque…? ¿Será porque…? ¿Será porque…?

No obstante, hay que reconocer que somos la envidia del viejo mundo porque nuestra derecha vota mayoritariamente a una formación política que se define a sí misma como centrista, moderada, reformista, liberal, amante de la pluralidad, las libertades y las prácticas democráticas; en definitiva, otorga su confianza al Partido Popular. ¡Estamos de enhorabuena!