Con demasiada frecuencia las corrientes económicas imperantes en un momento se alejan del sentido común. Hay numerosos ejemplos que dan cuenta de los errores garrafales cometidos al calor de un pensamiento económico dominante que, como ocurre en otras tantas parcelas de la vida, es imposible discutir o criticar. Supongo que, además de la estulticia de muchos, también en estos terrenos existen lobbies que presionan para que unas ideas calen.

En las últimas décadas, se ha impuesto sin filtros ni discusión alguna las bondades de la globalización económica. Bien es cierto que el crecimiento de las sociedades humanas a lo largo de la historia se ha forjado con el comercio entre regiones, zonas, países. Por tanto, resulta muy complicado defender los modelos más o menos autárquicos ya que los países que aplicaron esta visión quedaron relegados a una pobreza extrema. En buena medida, Corea del Norte o yéndonos algo más lejos en el tiempo la propia Albania –paradigma de la autarquía en el siglo XX, evidencian esta triste realidad. En todo caso estamos hablando de situaciones extremas.

También hemos asistido durante años a autarquías impuestas como el boicot comercial de Estados Unidos a Cuba o el más reciente a Irán y a la propia Corea del Norte (aunque ahí el amado jefe puede con todo). ¿Acaso las medidas de castigo que actualmente se practican sobre Rusia por su invasión a Ucrania no son otra cosa que forzarles a una situación de aislamiento económico que les asfixie también financieramente?

Ejemplos todos de las relaciones comerciales ahora y a lo largo de la historia son imprescindibles para el bienestar y el desarrollo de países y sociedades y más en estos tiempos de sofisticación financiera y también de tecnología que todos deben compartir y disfrutar. Ahora bien, la globalización producida en las últimas décadas ha sido, en mi humilde opinión, una exageración casi tan grande como los casos de autarquía antes expuestos.

Se ha creado una clara división entre países productores, países consumidores y países suministradores únicamente de materias primas para los primeros. De ahí, las inversiones interesadas de China en África o Latinoamérica en busca de los productos básicos que permitieran su desarrollo con crecimientos del PIB anuales superiores al 10% durante muchos años. En este periodo las cosas han funcionado más o menos de forma aceptable y todos han asumido con más o menos agrado el papel asignado. Los países de tecnología intermedia como España se han visto negativamente afectados en todo su tejido productivo tanto agrícola como industrial, compensado por una financiación barata y abundante y un sector turístico que no ha dejado de crecer con fuerza.

Sin embargo, este aparente mundo maravilloso de productores, consumidores y abastecedores de productos básicos se terminó con la pandemia del Covid-19. Las economías se paralizaron con sus ciudadanos confinados en casa y la producción y comercio se desplomó en muchos sectores. A la hora de poner de nuevo a funcionar la maquinaria surgieron de forma inesperada innumerables problemas de abastecimiento, sobre todo de energía y tecnología –los populares chips- que explican en gran medida la fuerte alza de los combustibles fósiles y la paralización –solo como ejemplo- de las cadenas de producción automovilísticas, entre otras. La dependencia casi total de los productores de energía y de tecnología ha quebrado la cadena distribución y muchas empresas confiesan las dificultades de poder suministrar servicios o productos que tenían comprometidos.

Tras el Covid-19, la guerra de Ucrania ha vuelto a poner en primer plano los problemas de abastecimiento energético y de productos. Europa ha decidido impulsar un plan para el autoabastecimiento de chips, mientras salta al primer plano la discusión sobre la conveniencia de reabrir o crear nuevas centrales nucleares en territorio europeo que nos hagan menos dependientes energéticamente. La guerra traerá una nueva configuración geopolítica que, sin saber qué nos deparará, si ha demostrado que los países deben ser menos dependientes del comercio exterior. El mundo feliz de que produzcan ellos parece terminado.