Esta semana se ha desarrollado la cumbre presidencial en la Asamblea General de Naciones Unidas, un período en el que los jefes de estado y de gobierno suelen intervenir en el plenario, al tiempo que en Nueva York y en las inmediaciones del edificio de Naciones Unidas se desarrolla una importante serie de eventos paralelos, seminarios y presentaciones de proyectos y libros. Durante los días que dura el período de sesiones, las calles que rodean la primera avenida de Manhattan se vuelven testigos de la confluencia de diplomáticos, ministros, funcionarios internacionales, activistas, académicos, periodistas y las personas que habitualmente viven y trabajan en el barrio.

Aunque la estrella de esta semana ha sido la situación de la seguridad internacional debido a la guerra en Ucrania, este año la Sesión tenía cierto sabor a punto de inflexión: hace siete años que se proclamaron los Objetivos de Desarrollo Sostenible, y, en principio, durante este año cruzaremos el ecuador del período que va desde 2015 hasta 2030, límite temporal de la Agenda 2030. Así que es un buen momento para hacer cierto balance, quizá todavía improvisado, pero siempre necesario.

Los resultados no son alentadores: pese a la movilización internacional, los acontecimientos globales han generado importantes obstáculos para el cumplimiento de los objetivos. Así, la pandemia de 2020 hizo retroceder la pobreza a niveles de 2018, eliminando todas los avances de los últimos años. De acuerdo con las estimaciones más recientes, estaríamos hablando de que en el mundo perviven todavía entre 676 y 656 millones de personas viviendo por debajo del límite de pobreza, cuando según la tendencia existente previamente a la pandemia, deberíamos estar ya por debajo de los 600 millones. El progreso parece lento si tenemos en cuenta que en 2015 estábamos hablando de 731 millones de personas, pero mirados con perspectiva, la cifra es prometedora. Cuando en el año 2000 las Naciones Unidas proclamaron los Objetivos de Desarrollo del Milenio, los antecesores de los ODS, la pobreza extrema mundial se situaba en el entorno de los 1700 millones de personas. 

Las personas que han sufrido hambre en 2021 se sitúan en 828 millones, una cifra que con gran probabilidad crecerá en 2022 debido a la crisis alimentaria generada por la crisis de Ucrania y por el enorme alza de los precios de los alimentos. Todavía no tenemos datos globales pero las estimaciones señalan que alrededor de 345 millones de personas podrían, de acuerdo con el Programa Mundial de Alimentos, estar sufriendo una crisis alimentaria aguda.

En términos de salud, los efectos del COVID han sido dramáticos, no sólo por la enfermedad y la muerte que ha causado, sino también por el desplazamiento de recursos sanitarios hacia la lucha contra la pandemia, mientras otras enfermedades estaban campando todavía a sus anchas. La pandemia ha acabado con la vida de 15 millones de personas en todo el mundo, haciendo retroceder la esperanza de vida y, lo que lo hace todavía peor, desatendiendo otras prioridades. En 2020, había 22,7 millones de niños sin acceso a los servicios de vacunación básicos, lo cual representa un incremento de 3,7 millones respecto a 2010.

Podríamos seguir, incluyendo el cambio climático y las emisiones de gases de efecto invernadero, el acceso a la energía, o la igualdad de género. Los progresos son lentos y en algunos casos se cuentan por retrocesos. De acuerdo con la Red de Soluciones para el Desarrollo Sostenible, en los países con menos ingresos, solo dos de los 17 objetivos están en vías de alcanzar su cumplimiento en 2030, mientras que, atendiendo a los países más desarrollados, esa cifra se eleva a tres. En definitiva, no estamos siendo capaces de progresar todo lo rápido que deberíamos.

¿Cómo es posible que una Agenda que ha movilizado a países, sociedad civil y empresas hasta un nivel nunca visto esté ofreciendo resultados tan poco efectivos? En una investigación reciente publicada en la revista Nature, donde se ha evaluado el impacto de la Agenda 2030 en las políticas públicas, se ha encontrado que si bien la Agenda ha sido capaz de impactar en la estructura de gobernanza y en la alineación de los gobiernos locales, regionales y nacionales, en términos discursivos y de narrativa política, cuando examinamos su impacto en la distribución de recursos y en las actuaciones legislativas, este impacto es mucho menor. En otras palabras, hay mucho discurso y poca acción.

Así, el Secretario General de Naciones Unidas presentó un documento con los pasos necesarios para mejorar el desempeño de las actuaciones en materia de desarrollo sostenible y cumplimiento de los ODS. Lo hace en un momento de especial relevancia porque la situación de conflicto, los coletazos de la crisis pandémica y el ataque de los conspiranoicos, negacionistas y terraplanistas variados, que están influyendo notablemente en el discurso público a través de la extrema derecha, está configurando un entorno en el que la Agenda puede naufragar antes de llegar a término. La mejor manera de defender la Agenda 2030 no es agitándola como una bandera que divida a las personas, sino cumpliendo sus objetivos, para lo que hace falta que pasemos, de una vez, de los discursos a la acción.