Sería complicado averiguar quién maneja la economía mundial. Sin un actor claro en la toma de decisiones, salvo los foros mundiales como el reciente del G-7 celebrado en Biarritz, sí parece claro que la política tiene cada vez menos peso en la dirección de la economía mundial que muchas veces campa por sus anchas sin control alguno.

Una buena muestra del descontrol vivido fue la pasada crisis financiera, iniciada con las hipotecas basura, y que acabó afectando al conjunto de las economías. Y eso pese a los numerosos encuentros de los bancos centrales en lo que vino en denominarse como Basilea II con el fin de ajustar riesgos y homogeneizar los balances bancarios.  Los reguladores parece que caminan por un lado diferente de los mercados que cada vez mandan más e imponen sus normas.

Otras muestras de la falta de vigilancia es la fiscalidad de las grandes multinacionales estadounidenses que operan en Europa y pagan impuestos mínimos alojando sus sedes sociales en los países de la Unión Europea con mejor fiscalidad. Se produce la paradoja de importantes ventas y beneficios cuyos impuestos no se quedan en el país donde se realizó la facturación. Tema que se discute de manera habitual en el seno de la Comisión Europea pero que no acaba de encontrar una solución conveniente para los países perjudicados entre los que se encuentra España.

El discurso imperante habla siempre de las bondades de las economías abiertas que permiten generar riqueza frente a la pobreza que acarrea el poner límites en el comercio en aquellos países menos dispuestos a la apertura de sus productos. También se relaciona con los países más democráticos, con mayores libertades personales frente a aquellos más autoritarios en los que existen más impedimentos para el comercio.

Dinamarca, Nueva Zelanda, Suiza, Canadá o Australia figuran entre las economías más abiertas y España se sitúa en torno al puesto 25, uno más arriba o abajo dependiendo de quién realice el estudio. Estos informes revelan que el país que no entre en las normas de libre comercio está condenado al atraso y a un crecimiento mucho menor.

Fuera ya del ámbito financiero o impositivo, en las últimas décadas se gestó el vocablo deslocalización para indicar las ventajas de producir los productos en países con mano de obra barata, a veces, casi en situación de semiesclavitud.  Una vez que se abre este grifo todas las compañías deben jugar a lo mismo. De lo contrario, sus competidores en los mismos sectores lograrán vender a precios más bajos y, por tanto, les irán arrancando poco a poco cuota de mercado. El país que deslocaliza la producción logra llevarse en gran medida el valor añadido que consiga con la venta de esos productos, pero a cambio pierde mano de obra y, por tanto, capacidad de consumo.

Esta deslocalización en la producción se convirtió en una de las claves de la elección presidencial en Estados Unidos donde logró su triunfo el controvertido personaje Donald Trump. Deslocalización tanto en la instalación de factorías en otros países como la entrada de emigrantes que también supone otra forma de abaratar la producción, aunque no de manera tan drástica.

De las primeras amenazas a muchas multinacionales para que volvieran a producir sus productos en Estados Unidos al establecimiento de aranceles comerciales para gravar los productos traídos de otros países, principalmente China. Así, ha nacido la reciente guerra comercial donde parece que hay más fuegos de artificio que realidades concretas. Donald Trump merece ser criticado por sus vaivenes, por su gobernanza a golpe de tuit, por su inhumana política de emigración, etcétera. Sin embargo, es la única voz que en las últimas décadas se ha alzado desde el poder político para amenazar la soberanía de los mercados. Seguramente esté equivocado, seguramente haya intereses espurios de competencia tecnológica con China, seguramente sea más electoral al tocar la fibra de menos favorecidos por la globalización en sus país.

Salvo los ya famosos presidentes de los bancos centrales que figuran como representantes de la economía mundial con su decisión sobre los tipos de interés, no ha habido hasta ahora una figura que dé la cara sobre lo que pasa y a dónde vamos en esta economía globalizada. Lo de Trump es un mal ejemplo, pero deberían ser otros muchos mandatarios políticos lo que tuvieran algo que decir.