Me cuesta ser ecuánime al pronunciarme sobre el nuevo Papa sin sentirme manipulado por los sectores ideológicos que dirigen la opinión tanto a favor como en contra del nuevo Pontífice. A título personal, el nombramiento del papa Jorge Mario Bergoglio me ha planteado un serio dilema siendo que, por mi laicismo, me siento impelido a no seguirle el juego a una noticia a la que se ha conferido –sobre todo en nuestro país– una importancia exagerada, habida cuenta de que el Papa es un líder religioso como tantos otros y, en todo caso, un jefe de Estado (del país más pequeño del mundo) a quien no debería dársele más cobertura informativa que la que reciben los mandatarios de Liechtenstein, Andorra, San Marino o Malta por poner ejemplos de países de reducidas dimensiones.

Sin embargo –y este es mi dilema– algo dentro de mi querría que este nuevo Papa fuera como Kiril I, el protagonista de la novela de Morris West  “Las sandalias del Pescador” y consiguiera dar un giro al catolicismo. Fuera capaz de rebelarse contra lo que detesto de la política vaticana. Se posicionara con hechos al lado de los pobres y –como hizo aquél Papa de ficción–, se quitara la tiara en un gesto de humildad y anunciara la enajenación de los bienes materiales de la Iglesia para paliar la hambruna del mundo.

La cara del nuevo Papa
Reconozco que cuando el nuevo Papa salió al balcón de la basílica de San Pedro llevando una cruz pectoral de hierro colgada al cuello (la que siempre utiliza y no una de oro) y sin la abigarrada estola con la que hicieron su primera aparición sus predecesores, casi creí que la predisposición de este hombre a hacer cambios y luchar contra la pobreza pudieran ser sinceras.

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