Nos presentan las vallas de Ceuta y Melilla como los límites infranqueables en los que hay que defender al imperio de los inmigrantes. Visto lo visto, lo hemos defendido con uñas y dientes en forma de pelotas capaces de agravar las consecuencias hasta límites intolerables. La defensa gubernamental que se ha hecho de las actuaciones en los episodios nacionales, activa las alarmas al sugerir una situación desesperada. Parece que nos va en ello el futuro, paradójicamente, cuando hace bien poco que eran nuestra salvación, desde las pensiones hasta la producción. No cabe la veleidad de una solidaridad con gentes que buscan poder comer, poder vivir, poder llegar a sentirse personas. Así es de triste el argumento que sustenta este gobierno del PP. Hay que abominar de cualquier atisbo de argumento que se relacione con algún tipo de justificación al hecho de que alguien quiera ser persona.

Mientras tanto, aquí dentro, en la intimidad, nos asestan terribles golpes, desde los más diversos frentes, cuya incidencia es muy superior y cualitativamente mucho más dañina que las que potencialmente se derivan de la inmigración que llama a la puerta, buscando lo más básico que una persona debiera disponer. Nos hemos preguntado ¿a cuantos inmigrantes podríamos mantener con el río de euros que se han quedado indebidamente unos y otros en esa práctica bien generalizada de desfalco de todo lo que es de todos? Se imaginan: ¿a cuántos puestos de trabajo se podría acceder con los recursos que ponen en la esfera de acción del tal Bárcenas? ¿Qué decir de lo recientemente destapado en esa creativa actuación de la patronal madrileña, comandada por ese genio de las finanzas que es un tal Arturo o por ese que no conoce y que se dedicaba a impartir cursos inexistentes a cientos o miles de trabajadores? Este individuo ya se acreditó con sus manifestaciones contundentes y las imputaciones de que fue objeto a continuación. Pero con toda la cara del mundo sigue en el escenario, como si nada hubiera pasado. ¿Los empresarios madrileños  votando y manteniendo a este personaje, no pretenderán que se les respete como honrados, honestos y probos hombres de bien? En gran medida es similar o parecido a esa dirigente que es Esperanza Aguirre que se despacha en Londres diciendo que le gusta el Fair Play, después de todo lo que ha consentido y ocurrido en su proximidad, ejecutado por sus colaboradores, cercanos y próximos y que imitando al tal Arturo, dice no conocer o ignorar. ¡De cinismo estamos listos! Resulta bastante repugnante que los medios de comunicación den cobertura y transmitan tales alardes de cinismo. ¿Quién pone vallas a tanta estulticia? ¿Quién nos defiende de estas amenazas? Todos estos requieren que nos defendamos de ellos con vallas, bien armadas de concertinas para evitar que nos contaminen, propaguen y nos consuman. Las vallas son much9o más necesarias aquí que en Ceuta y Melilla. Son mucho más rentables si nos libran de un 5% de estos personajes, nada más que eso. Hay que construir vallas y muros contra todos los que se han llevado y se están llevando nuestro dinero, a nuestras espaldas y cínicamente nos dan lecciones y ocupan puestos en esta sociedad que se va viendo carcomida poco a poco, porque nadie decente pone coto a los desmanes. Es un insulto permanente que centren la atención en los desvalidos que arriesgan la vida para poder comer y vivir. Esta sociedad está dando signos de cansancio y enfermedad irremediablemente. Si el reguero de Blesas, Fabras, Camps, Bárcenas y un largo etcétera en el que se incluyen muchos, pero muchos  miembros del PP, amparados en que todavía no están formalmente imputados, pero que es imposible con lo que se sabe y se ha publicado que no lo están en algún momento, no genera una acción repulsiva colectiva de esta sociedad, habrá que pensar en aislarse y encerrarse entre vallas para poder defenderse de tanta inmundicia. Un chorizo puede pensarse que es un garbanzo negro, dos chorizos, una terrible coincidencia, pero tres o más el problema es de la propia sociedad que lo admite, convive con ello y coparticipa de los demanes.

Ahora se cierne una nueva amenaza: la flexibilidad. En el lenguaje oficial se desliza cada dos por tres. Suena como en los noventa sonaba la desregulación. Son las nuevas formas del neoliberalismo. Se sigue apostando por amparar la arbitrariedad, a sabiendas de que no redunda en mejoras sustantivas. La permisividad creciente en tiempos recientes ha llegado a la paradoja de amparar el acaparamiento por la Iglesia de bienes de titularidad pública y en casos privada. La Mezquita de Córdoba ha pasado de titularidad pública a ser patrimonio de la Iglesia por 30 euros. Hacienda ha abierto una investigación ante la denuncia de un particular por la apropiación. Hay que esperar lo peor en la respuesta. La Valla invisible que nos ha tendido el PP nos atrapa y nos impide lograr resarcir  a los ciudadanos de haberles privado de un patrimonio que les corresponde. Hay que temer con la que se avecina en nombre de la flexibilidad. Si todavía no somos suficientemente pobres, si todavía no nos han desahuciado a todos, si todavía … si todavía… ¡Que poco nos queda y lo quieren todo!  ¡Que vergüenza de país estamos construyendo sobre las ruinas del estado de bienestar! El derribo de nuestros derechos está sirviendo para construir la sociedad de la desigualdad y la pobreza, de unos pocos que abusan por avaricia, codicia y egoísmo.

Todo son vallas limitantes o expropiatorias de derechos adquiridos. La valla que Rajoy y Gallardón levantan contra una regulación del aborto contestada, hasta por miembros del PP. El devenir de la ley no inspira tranquilidad por las consecuencias previsibles. Pero la valla se levanta contra los propios ciudadanos, de nuevo. Nadie tira pelotas de goma contra tal disparate. Y así podríamos seguir enumerando y razonando la existencia de mil y una vallas, mucho más perniciosas y de mucho mayor alcance que las vallas físicas con las que pretende este gobierno defendernos de los inmigrantes que buscan, simplemente, poder ser personas logrando lo básico. Son las paradojas en las que vivimos en esta España contemporánea. Las vallas de la vergüenza sonrojan hasta los más insensibles.