¿Qué tendrá Gibraltar cuando lo utilizan? Y no es la primera vez. En el mismo siglo que España perdió el peñón, ya hubieron tres intentos: 1704, 1727 y 1779. Los borbones, de España (Carlos III) y de Francia (Luis XIV) sellaron los “pactos de familia” contra el Reino Unido, que acabó en una severa y dramática derrota que costó mucha sangre y vidas, en especial de españoles. Menorca fue un éxito al recuperarla, pero en Gibraltar siempre hemos acabado en severa derrota, cuando se ha decidido el asedio. En el Tratado de Paz de Versalles de Septiembre de 1783, en que se pone orden en el orbe occidental, liberando los Estados Unidos de Gran Bretaña, reconociendo la españolidad de Menorca y de la Florida, abandonando Gran Bretaña los territorios del Golfo de Méjico y recuperando Francia territorios en las Antillas, ni siquiera se nombra a Gibraltar: ¡Como si no existiera!

Hace trescientos años que el Peñón está ocupado. En este tiempo nunca hemos conseguido avanzar ni un milímetro hacia su reconquista. Nunca han sido buenos nuestros auspicios en política exterior. En realidad, el tema viene rodando desde hace catorce siglos, enfrentándose las potencias correspondientes en cada época. La bandera británica ondea desde hace 300 años, que es lo que dura el último contencioso. El tratado de Utrech que puso fin a las hostilidades y al Gran Asedio de 1779 supuso el reconocimiento del pretendiente Felipe, como rey de España, por parte de Inglaterra y se hizo, a cambio de que se le cedieran los territorios de Gibraltar y Menorca.

En la época de la dictadura y primeros años de la democracia, fueron muchas las reclamaciones que se hicieron, aunque la verja permaneciera cerrada entre 1969 y 1985. En común todos estos avatares, han tenido una suave exigencia por parte de España y una apelación permanente al diálogo y la cooperación, así como una negativa al aislamiento y al enfrentamiento. Todo parece indicar que, como siempre que tomamos una iniciativa severa, acabamos perdiendo, por lo que lo que mejor parece es clamar por el entendimiento. Pero nunca llega. La Historia se repite con cierta frecuencia y nunca aparecen los intereses nítidos. Las intenciones siempre se perfilan en un claroscuro.

En este contexto, cabe el interrogante ¿por qué aquí y ahora, Gibraltar? Gibraltar ahora, en las circunstancias que atravesamos, tanto como país como continente, solamente puede obedecer a una cuestión de orden. Todo parece indicar que no estamos reclamando nada como país, bueno, este Gobierno no reclama Gibraltar con ningún convencimiento, ni necesariamente tiene una hoja de ruta para ello. No está haciendo eso, porque no tiene interés alguno en ello, en especial, en este momento. Otra cosa es que forme parte de una trama montada artificialmente para distraernos de otras preocupaciones, bastante más graves para el partido del gobierno actual y con necesidad apremiante de airear el ambiente tenso, bronco y de inicio de asedio político, en que el partido gobernante se ve obligado a navegar, por su mala cabeza. Seguramente, nunca se debió valorar un verano con mayores deseos de quitarse de en medio y respirar algo, entre otras cosas, porque todo parece que esto está en sus comienzos. La salida ha sido tomar una vía de escape para entretener nuestras atenciones como ciudadanos, sometidos a una canícula, que también está contribuyendo a despistarnos un tanto.

Toda una ocurrencia: el presidente del gobierno de España, Mariano Rajoy, amenazó con tomar medidas radicales en medio del conflicto con Gibraltar, entre las que destacan la implementación de una tarifa de 67 dólares a quienes ingresen a Gibraltar desde España, e investigar las cuentas de los ciudadanos con propiedades en España. En los últimos instantes se intentan incorporar, por parte de miembros del ejecutivo “cuidados paliativos”, una vez que el Gobierno, que piensa muy poco en el alcance de las medidas que toma o pregona, se ha percatado de que los paganos de esta aventura mediática agosteña, son los trabajadores que entran y salen a diario, atravesando la verja. El Reino Unido tiene programada la visita al peñón de su armada, y numerosos barcos van a recalar en Gibraltar, como lo hacen con cierta frecuencia. No van a hacer ni puñetero caso a las peticiones e imprecaciones del gobierno español, como es costumbre en los gobernantes británicos. Probablemente, porque nunca existió ningún problema, que no fuera imaginario y obra de despiste para soslayar otros cuestiones.

Probablemente, acertamos más si interpretamos estas escaramuzas como formando parte de esa gran maniobra que utiliza un shock de fondo, para concitar la atención de los ciudadanos en algún aspecto que los distraiga de su verdadero problema. No es nada nuevo, como estrategia en el neoliberalismo en el que nos han sumergido. Los Chicago Boys de Milton Friedman, practicaron con solvencia en Chile, tras contribuir a la caída del gobierno de Allende y entrar en escena Pinochet, que los contrató para, en una maniobra incalificable, arruinar a un país que era la joya de la corona en Sudamérica. La dictadura argentina coparticipó de este tipo de maniobras, dado que se trató de exaltar el patriotismo, concitando la unión de las voluntades de los ciudadanos y en la trastienda aplicar la doctrina liberal que solamente afecta a la economía liderada por unos pocos, a costa de todos los demás. Reagan y Tatcher le han seguido, y muchos otros hasta hoy, la lista hasta incluir Irak y Afganistán pasa por la Unión Soviética, incluso.

Si recordamos las maniobras de la Tatcher cuando hizo de las Malvinas que el toque de queda exaltara el patriotismo británico, no hay que omitir que estaba sumergida una batalla infernal con los sindicatos mineros, a los que infringió una severa derrota, prácticamente haciéndolos desaparecer. Salarios, puestos de trabajo y un modelo económico que solamente pretendía el liderazgo de la sociedad por unos pocos, que coinciden con los poderosos económicamente, es lo que había en la trastienda y en las cabezas de los que motivaban el patriotismo y la defensa de la soberanía de las Malvinas. Si cambiamos Malvinas, por Gibraltar, tenemos, una versión light del thatcherismo, ahora en el siglo XXI y con protagonistas de cartón piedra, en lugar de los originales, más curtidos y de mayor enjundia

Durao Barroso decía, hace bien poco, que Grecia no tenía más alternativa que la que le proponía la UE. Bueno, el resultado ha sido catastrófico. Con casi un 80% de la gente disconforme, la democracia está en un severo riesgo de perder su esencia y servir, solamente como remedo para bendecir dictaduras blancas, amparadas en aquéllas, a través de los resultados electorales, obtenidos bajo promesas muy alejadas a los hechos evidenciados.

Todas las claves ratifican que estamos ante una gobernanza de shock. Desde siempre, Rajoy repite los mantras de que hace lo que tiene que hacer (¿qué es?) (¿quién le ha dicho lo que tiene que hacer?) (¿no es posible hacer otra cosa?). La gente es impotente. Acepta medidas inaceptables. El poder reparte los aspectos sociales entre los interesados, privados, en el negocio de la salud. Todo se desarrolla en una esfera de terror, por cuanto lo que está en riesgo de perderse, es todavía superior a lo que ya hemos dejado caer. Todo resulta irremediable. Los organismos internacionales, tipo FMI se suman al fomento del terror. El BCE secunda. Después de las barbaridades que ha dicho y hecho estos organismos, todavía se permiten indicar que hay que bajar más los salarios, porque todavía no han bajado lo suficiente. Los resultados han sido catastróficos, pero no importa. Cuanto más extendida está la idea del terror por lo desconocido y amenazante que tenemos encima, mejor para los propósitos de la desvergonzada y privilegiada familia que lidera el mundo. No importan las evidencias europeas de que el salario y empleo van de la mano. A estos del FMI y a las transnacionales españolas, también, les importa poco nuestra capacidad adquisitiva, ya que ellas operan fuera de España y no les afecta la capacidad de compra de los españoles. Si les afecta el salario que tienen que pagar. Para los de dentro de España, la demanda es lo único que nos puede rescatar de la miseria hacia la que vamos. Ahora nos proponen contratos sin horario laboral. ¡Magnífico! Un paso más hacia la miseria.

Piénsenlo bien. En este marco, sumado al de la presunta y generalizada corrupción que agobia al PP, Gibraltar les viene como anillo al dedo. Es una cuestión de orden. Ahora toca eso. No hay patriotismo que valga. Así se escribe la Historia. Mientras tanto, la osadía de este Gobierno, pretende hacernos creer que se ocupa de la transparencia. ¡No hay por donde cogerlo! Nunca, jamás, debió ser un voto tan importante como lo es ahora. ¡Esto no se puede olvidar!

Alberto Requena es Presidente del PSRM-PSOE (Partido Socialista en la Región de Murcia)