En la política, una cortina de humo es una distracción dirigida a encubrir una acción puesta en marcha por el poder para desviar la atención ciudadana y ocultar sus verdaderas intenciones. Viene esto a colación de que, tras varios meses de conflictividad fronteriza entre España y Gibraltar (por el trabajo de pesqueros españoles en unas aguas que el Gobierno del Peñón consideran suyas) y tras un vertido de bloques de hormigón con ganchos para que estos barcos no puedan faenar, el Gobierno español se ha dado cuenta de pronto de que hay contrabando de tabaco en la frontera de La Línea de la Concepción y ha decidido obrar en consecuencia con una contundencia de cruzada patriótica. Se extiende así una inmensa cortina de humo que no conseguirá devolver el prestigio a un Gobierno (el de Rajoy) que atraviesa su momento mas crítico de impopularidad ni aportará credibilidad alguna a un pusilánime presidente que intercambiaba mensajitos (“Luis, sé fuerte. Hacemos lo que podemos, Mañana te llamaré. Un abrazo”) con un delincuente encarcelado aun sabiendo que éste atesoraba cuentas millonarias no justificadas en Suiza.
¡Qué escándalo, hay contrabando de tabaco en La Línea!
El Gobierno de España ha decidido incrementar los controles en la frontera con Gibraltar al sospechar –de repente–  un aumento en la entrada ilegal de tabaco a nuestro país. El ministro de Exteriores García-Margallo ha aplicado una política de “hechos consumados” y se ha sentido en la necesidad de hacer cumplir “la legislación española y comunitaria en materia de lucha contra el contrabando, el fraude fiscal y la protección del medioambiente”. El comportamiento de Margallo recuerda (en versión patética) a la escena de la película Casablanca cuando el capitán Renault se ve forzado a clausurar el local de Rick donde el mismo juega al póker todos los días, con la hipócrita excusa de: “Qué escándalo, qué escándalo, he descubierto que en este local se juega”.



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