Si tuviera que titular lo que está sucediendo en Madrid probablemente escogería entre: "Botella y el Síndrome de Diógenes" o "el poder de la basura". El Síndrome de Diógenes, como ustedes saben bien, consiste en un trastorno psicosocial caracterizado por una acumulación exacerbada de residuos domésticos. Normalmente suelen sufrirlo personas de avanzada edad – sobre los setenta años – solas y aisladas, voluntariamente, de su entorno microsocial. Las consecuencias de dicha conducta se manifiestan en forma de denuncias y quejas vecinales por los riesgos biológicos derivados de tales "vertederos particulares". Después de once días con las escobas guardadas en los camiones de la limpieza, las calles de la capital se han convertido en el lienzo descrito por las plumas de Benito. Mientras cientos de ratones celebran su festín en los asfaltos de Botella, los “mileuristas” de la basura utilizan su posición estratégica en el sistema productivo para evitar, a toda costa, los mil despidos anunciados por el ERE de las concesionarias.

Es, precisamente, esta ubicación estratégica del sector de la limpieza, la que invita a los "monos azules de la basura" a mantener en pie la indignación de sus escobas ante las zancadillas de Botella. Mientras los profesores y otros colectivos no cuentan con "el poder de la basura" para ejercer coacción durante los procesos negociadores, los operarios de la limpieza cuentan con el arma de la "vergüenza" para acercar posturas y salvar su comida. El ruido visual de los residuos invita al débil de la balanza a mantener intacto su "as" en las mangas de su camisa. Gracias a esta "carta negra" – la no recogida de basura -, las concesionarias de la limpieza han reducido, de palabra, un cuarenta por ciento el número de candidatos previstos para las colas del paro. La molestia de los residuos en las calles madrileñas y la foto dantesca de los mismos en las cabeceras internacionales ha hecho que los madrileños se suban al carro de la basura. La ecuación: "a mayor tiempo, más basura", es la que, día tras día, pone nerviosa a la élite de la caverna ante el temor de que los intereses privados pasen factura en la tienda de las urnas.

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