Quim Torra y Pedro Sánchez habitan mundos diferentes, lejanos el uno del otro. El presidente independentista quiere para Cataluña un estado propio y cree que la comunidad internacional “ya nos considera un sujeto político de facto”, mientras el presidente constitucionalista ofrece a los catalanes un estatuto propio, porque ahora no lo tienen, o no tienen el que votaron. La distancia es sideral y por muchas apelaciones al diálogo que se lancen, uno de los dos deberá efectuar un salto mortal hacia adelante o hacia tras para encauzar realmente una negociación política. O para romper el espejo de una perspectiva consensuada.

“No nos podemos permitir que la mentira gane”, afirmó Torra, el presidente de la Generalitat que en su discurso de inicio de curso ni siquiera mencionó su condición como tal, cediendo tal honor a Carles Puigdemont. Está claro que para Torra, la mentira reside en Madrid, al igual que el fascismo, la represión y la injusticia. En cambio, Cataluña es la sede de la democracia y la libertad. Precisamente, “libertad o libertad” es su eslogan, al estilo del “referéndum o referéndum” de Puigdemont.

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Torra se mueve en la poética nacionalista mucho mejor que en la prosa política. A veces asegura que los catalanes ya ejercieron el derecho a la autodeterminación el 1-O y lo único que queda por hacer es implementar el mandato popular y a continuación exige al Estado la celebración de un referéndum vinculante acordado para dar satisfacción al derecho de autodeterminación. La propuesta de Pedro Sánchez para aprobar un nuevo estatuto en un referéndum constitucional no modificará los planes del movimiento independentista para este curso, porque según aseguró Torra, el debate ya no está ahí, en el estatuto autonómico, si no en la reclamación del estado catalán como una causa justa.

El programa anunciado por Torra es básicamente conmemorativo del otoño negro de 2017 (represión del 1-O, declaración independencia, discurso del Rey) para intentar llegar a la fecha del juicio de los procesados en plena movilización de las bases, si puede ser ampliadas con todos aquellos que rechazan la monarquía y la injusticia de los procesamientos. Para lograrlo, propone una marcha cívica permanente del pueblo constituyente, la suma de dos ideas conocidas, la marcha de los derechos civiles de Luther King y el proyecto de un fórum cívico y social para debatir como debe ser la república catalana. Todo, a la espera del momentum propicio para volver a intentar el desafío de la secesión, esta vez, con apoyo internacional, gracias a los muchos éxitos obtenidos en este campo, según Torra.

En este horizonte, el diálogo emprendido entre los dos gobiernos se difumina como una simple expresión de buena voluntad de no dar por perdida toda esperanza antes de comenzar. El único gesto perceptible por parte de Torra es el olvido del concepto de la desobediencia, tan habitual en los últimos años, y el de la unilateralidad. Al actual presidente de la Generalitat le gusta más hablar de la “resistencia como mandato de vida”, se entiende resistencia al estado que representa Sánchez.

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Sánchez y Torra no solamente están lejos en cuanto a qué referéndum puede celebrarse en Cataluña, sino también en lo que quieren los catalanes o cual es el grado de pluralismo existente en la sociedad catalana. Sánchez apela continuamente al diálogo entre catalanes como punto de partida de cualquier solución, por entender que existe una división interna en el país y que la votación de un estatuto permitiría recuperar la paz interior.

Torra confunde permanentemente la mayoría parlamentaria del independentismo con la mayoría social, incluso asocia catalanismo e independentismo, apelando alternativamente al pueblo de Cataluña como un único actor soberanista de un “desafío de país” o al 80% de los partidarios del derecho a decidir cómo una fuerza homogénea. Cree que habiendo llegado “más lejos que nunca”, no tendría sentido renunciar ahora al derecho a la autodeterminación.