Un debate que no cambia nada. Moreno Bonilla sale reforzado frente al histrionismo inconexo de Macarena Olona y la reiteración insustancial de Juan Espadas. En la izquierda, Teresa Rodríguez adelanta a Inma Nieto en visibilidad y calidad del discurso. Juan Marín, la gran sorpresa de la noche, con una serenidad y profundidad que le reenganchan a los comicios tras unas encuestas decepcionantes. 

Los debates electorales suelen vivirse con más morbo que interés, con un ojo en la tele y otro en Twitter, a la espera del momento que acapare los titulares y genere los memes del día siguiente. Como se ironiza frecuentemente en la red social del pajarito, ustedes no se acordarán porque son muy jóvenes, pero hubo un tiempo en el que eran profundamente decisivos. Antes de que el multipartidismo, junto a las primarias, las repeticiones electorales, los gobiernos de coalición y las camisetas al Congreso, trajera a nuestras vidas los debates múltiples. Y es que debatir entre seis es como bailar de lejos. Un sí pero no.

El primer combate electoral en España fue a dos, en 1993, entre Felipe González y José María Aznar y tuvo ida y vuelta, como las eliminatorias de Champions. El primero lo ganó claramente el aspirante, pero en el segundo la reacción del socialista fue tan contundente que acabó desmintiendo a los sondeos para seguir gobernando. Tan determinante fue que Aznar, consciente de que al ser favorito podía perder más que ganar, ya no quiso debatir en 1996 ni en 2000. 

Igual de clave fue la decisión de Juan Ignacio Zoido en 2007 de saltarse el veto que había impuesto el propio Aznar a Prisa y acudir al cara a cara con el alcalde socialista de Sevilla, Alfredo Sánchez Monteseirín en Localia, la televisión del grupo de la SER. Exhibió en directo un fax que probaba un caso de corrupción y dinamitó el debate y la campaña, hasta el punto de ganar aquellas municipales. Mucho peor le fue a Javier Arenas en las andaluzas de 2012, cuando se negó a debatir con Manuel Chaves y Diego Valderas en Canal Sur Televisión alegando falta de neutralidad y su ausencia le costó una victoria que acariciaba. 

Pese a que un debate como el de esta noche se convierte en una sucesión de monólogos siempre tienen su importancia y marcan las campañas. Es fundamental encontrar el tono y el espacio propios, algo que se complica cuando son seis las personas que buscan lo mismo.     

Arrancó gélido el debate. Con seis monólogos recauchutados y parsimoniosos. Sólo Juan Espadas mordió en su primer minuto. Juanma Moreno miraba el horizonte como si no fuera con él. Macarena Olona se quejó de que la llamaran «inmigrante alicantina». Inma Nieto se presentó a sí misma a lo Troy McClure, no era buena señal. Como empezaba aburrido, era inevitable reparar en sus outfits. Sólo Moreno iba a la altura, con corbata verde y traje slim. Espadas elegante si hubiera sido una comunión y no un debate electoral. Marín demasiado relajado, pero al menos lejos de esos trajes grises de corredor de seguros que acostumbra. Olona y Nieto impecables. Teresa Rodríguez como recién salida de la sala de profesores. 

«Fanatismo climático», le espetó Olona a Moreno. Nadie pareció entender nada de la primera réplica de la candidata de Vox, así que siguieron debatiendo como si no la hubieran escuchado. Rodríguez mostró la foto de una tanqueta. «Yo soy el hombre de moda esta noche», dijo Moreno cuando empezó a sentirse atacado. «No se haga la víctima», le dijo Espadas. Marín parecía ausente, pero cuando entró lo hizo con fuerza contra Olona. «Está hablando de los hogares españoles, pero esto es Andalucía», le dijo. La candidata se defendía con torpeza. Luego se quejó de que no podía hablar, cuando había sido ella la que se había metido en el turno del candidato de Ciudadanos. Nieto mantenía su cronómetro intacto. Sin pulso. Dejándose rebasar por Teresa, bregadísima y didáctica.

Cuando la candidata de Por Andalucía tomó la palabra, agotó casi todos los minutos que tenía. Su tono es anticlimático en un debate como este. Tan sosegado, tan aburrido, que cuando terminó de hablar ya uno no sabía ni lo que había empezado diciendo. Espadas se revolvió de nuevo contra Moreno. Le hizo tres preguntas que el presidente no contestó. Juanma parecía un jefe de estudios regañando a los repetidores. Marín le estaba haciendo el trabajo sucio, confrontando con derechas e izquierdas mientras que Moreno no se manchaba el traje. «La banda del Wordperfect», le dijo Olona a Espadas, en clara referencia a la comparecencia de su esposa en la comisión de investigación de la Faffe. Fue un momento tenso. El candidato del PSOE reprochó a Moreno que no defendiera a los trabajadores públicos ante esta acusación. El bloque acabó con un inesperado y breve reconocimiento de Nieto a Yolanda Díaz por sus méritos en el Gobierno de España.

El segundo bloque lo arrancó Macarena Olona. Habló de la inseguridad de las personas homosexuales caminando por Andalucía por culpa de la inmigración ilegal. Xenofobia sin matices. Espadas quería hablar de «la Andalucía real» y contó dos casos particulares relacionados con la sanidad pública. Juanma Moreno tomaba nota mientras lo escuchaba. «Usted sabe lo que es gobernar, le pido rigor», le dijo Moreno a Espadas. Era la tercera vez que se lo decía. Teresa por fin mordió el anzuelo de Olona y le acusó de atacar a los débiles, de ser racistas, de no conocer Andalucía. La candidata de Vox, teatralmente incómoda, pidió la palabra por alusiones. La candidata de Adelante Andalucía no aflojó y terminó llamando a Vox «el partido de los maltratadores». Ahí descarriló su impecable y breve mitin. Inma Nieto apareció por ahí a decir nada. Olona retomó la palabra para decir que «la violencia no tiene género». «Sus insultos son galones en mi pecho», le dijo a Teresa, que la miraba retadora. «Hembrismo», dijo. «Por el feminismo está usted hoy aquí», le contestó Rodríguez. A estas alturas el debate se había convertido en un esperpento. Todo muy afectado, todo fuera de tono. La arenga de Olona rompió el diálogo. 

Teresa Rodríguez estaba sola en la izquierda de los valores y la rebeldía. A Inma Nieto la confluencia la tenía abotargada. Espadas no entraba en nada. Qué PSOE tan tedioso, tan marmóreo, tan capado. De tanto buscar el centro había desguarecido su izquierda. Difícil movilizar así al socialismo larvado. «Si votamos, ganamos», es su lema. Difícil sacar a la gente de sus casas con un discurso tan plano y antiguo. «Si quieres cuando termine el debate nos firma un autógrafo a todos», le dijo Nieto a Moreno cuando el candidato del PP se vanagloriaba por sus éxitos esta legislatura. Ahí renació la militante de IU en el debate tras unos minutos insustanciales. Luego se enredaron en listas de esperas, contrataciones de sanitarios y datos más o menos difusos. Moreno agradeció las críticas, porque eso le servía para mejorar, según dijo. Marín cerró el bloque hablando de conciliación y recordando la labor de Imbroda al frente de Educación. El resumen del segmento: Cero propuestas de Olona, inmutabilidad de Moreno, intrascendencia de Espadas, autobombo de Marín, algo de más chispa de Nieto y contundencia de Rodríguez. Casi lo esperado. 

Daba la sensación de que Moreno Bonilla estaba loco por acabar con el teatrillo, llegar a casa, quitarse la corbata y los zapatos, tomarse un colacaíto calentito con galletas, meterse en la cama, ponerse un podcast de Íker Jiménez, y hasta mañana si Dios quiere. Su figura era incuestionable. Ninguna de las acusaciones le habían inquietado. El tercer bloque arrancó con Marín pidiéndole a Moreno reeditar su gobierno en coalición. Moreno le contestó que prefería gobernar solo. Un plantón así sólo lo había visto antes en Los Puentes de Madison. Con lo tórrido que ha sido lo suyo en estos cuatros años. Olona enseñó una foto de los años cincuenta con andaluces migrando a Alemania a trabajar. Luego habló de machetes mientras Rodríguez le llamaba «racista». Marín aprovechó su turno para atacar a Espadas y Olona de forma muy directa. Ni un voto intentó rebañarle al PP, su verdadera competencia en el centro, pero se fajó con fuerza con el resto de candidatos. Muy en forma Marín, al que las encuestan dan apenas dos escaños. Nieto, tras un segundo bloque más animada, volvió al tono de catequista. Ya a esta hora los andaluces pegaban cabezadas en el sofá. «Me encantaría debatir a solas con la señora Olona», dijo Espadas. Pero en su turno evitó la confrontación con ella en todo momento. 

Moreno reprochó a Espadas los pactos de Pedro Sánchez con Bildu. «Señor Bonilla», llamaba Olona a Juanma Moreno. «Se lo han contado mal, Señora Olona, está usted mezclando churras con merinas», le dijo el presidente tras unos datos imprecisos de la candidata de Vox, que se mostraba ya cansada y dispersa. Espadas pidió el voto para frenar a la ultraderecha en su última intervención. Olona sacó un libro de texto de primaria que «criminalizaba la caza», que Moreno se llevó a casa. Teresa acabó su bloque hablando de los privilegios de la política. En sus minutos finales, menos de lo mismo. Café para los muy cafeteros. Sin excesos. Manual para los fieles. Teresa fue vibrante. Nieto, desganada. Olona homogeneizó a sus rivales. Marín interpeló a los espectadores. Espadas lo leyó casi al completo. Moreno habló de avance y honestidad. Los indecisos se estarían tirando de los pelos en el hogar. Un debate sin diálogo. Un tanteo pugilístico de cara al debate que organizará Canal Sur el próximo lunes. Un debate en el que no ha pasado nada, como el PP hubiera firmado hace unas horas. Muy cómodo Moreno, con Marín como muleta dialéctica, con Olona perdida y una izquierda mustia y errática.