Nadie podrá decir, salvo con maldad política, cuando mañana se abran las urnas y se contabilicen los votos, que Edmundo Bal Francés, era un mal candidato y que no se ha volcado hasta la extenuación en la campaña. El negro futuro electoral y político de Ciudadanos estaba ya escrito antes de convocarse las elecciones. Inés Arrimadas y el propio candidato heredaron un partido en descomposición tras los pésimos resultados de las últimas generales (no olvidemos que quien pasa de 57 escaños a 10 es el propio Albert Rivera), tribalmente ardiendo como olla a presión y convertido en una gala de traidores y desleales.

Con ese escenario de partido deshecho y con gente abandonando el barco hacia aguas acomodaticias como son las del PP, más la frustrada moción de censura en Murcia convertida en ópera bufa, Bal tiene que aceptar resignado su candidatura con la esperanza de Arrimadas de que este onubense nacido el 2 de julio de 1967, aunque se crió en Madrid, salve el barco a la deriva. Tarde, muy tarde para un barco que hacía agua por todos lados para que este abogado del Estado pueda reflotarlo. Si a eso unimos la desbandada de muchos de sus ex compañeros, el destino ya estaba marcado. Bal está haciendo frente en esta batalla a electoral a enemigos por doquier. Los lógicos de las otras formaciones, la lucha encarnizada contras las malas encuestas y la guerra final contra sus propios en el partido. Y es que a Edmundo le lanzan dardos lo suyos y “ex suyos”. Ciudadanos, o lo que va a quedar de la formación, es un ejército de traidores que corren como pollos sin cabeza al abrigo del PP a ver si le aseguran carrera política. Un ejército en guerra civil de tirios y troyanos oranges, suníes y chiítas naranjas, tutsis y hutus riverianos, “cantós” y “dequintos” y tribus como las de los “girautas”. Como ejemplo ya sabemos el caso de Ruanda. El genocidio ruandés fue un intento de exterminio de la población tutsi por parte del gobierno hegemónico hutu de Ruanda en 1994, en el que se asesinó aproximadamente al 70 % de los tutsis. Bal sería hoy el jefe de los rohingyas, el pueblo sin Estado y sin amigos de Myanmar; Edmundo sin partido y con desleales en su interior a punto de desertar.

Salvo sorpresa enorme, Ciudadanos no superará ese 5 por ciento que le daría opción a tener un mínimo de siete diputados y, probablemente, convertir a Edmundo Bal en el árbitro de la conformación del nuevo gobierno madrileño. Fatídicamente, la línea entre el éxito y el fracaso absoluto, entre el ser relevante y la nada, serán, presumiblemente un puñado de votos y un 1 por ciento aproximadamente, décimas arriba o abajo.

Pero Bal, consciente de que esa situación se podría dar, cubrió sus espaldas manteniendo su escaño en el Congreso al que volverá para ser la mano derecha de Inés Arrimadas.

A sus 53 años, Bal es un trabajador incansable, un orador brillante y un convencido centrista preso del síndrome de Estocolmo explicitado en que volverían a gobernar, si los números le dan, con Díaz Ayuso, su decapitadora, y con el PP madrileño, su verdugo. Como el fiel perrito al que le pegas y luego lo llamas y vuelve sumiso a tu mano, esa es la imagen, devastadora y cruel que esta campaña está creando en torno a Ciudadanos. Pero es la demoscopia, imbécil.

Casado desde hace 25 años, tiene dos hijos que estudian en la universidad. Uno de ellos ha reconocido que, a pesar de tener un gran padre, no piensa votarle. La respuesta de Edmundo Bal es la propia de un tipo serio y demócrata: Es su derecho y es su legítima opción ante las urnas, algo que su padre ve con respeto y normalidad.

Heredó el nombre de Edmundo de su abuelo materno, Edmundo Francés. El padre del candidato de Cs era funcionario que fue destinado a Huelva donde conoció a María Dolores, Lolita, la madre de Edmundo. Vuelta a Madrid con el nivel funcionarial más alto (el 26), Bal estudia con los Agustinianos de Moratalaz hasta que con 7 años su familia se traslada a Cuatro Caminos. Allí continúa sus estudios en el colegio concertado Nuestra Señora del Buen Consejo hasta que inicia Derecho en la Complutense y es ahí, en esta universidad, donde conoce a la que luego sería su esposa y madre de sus dos hijos.

Una imagen de Edmundo Bal de niño.

Termina Derecho y prepara con fruición y empeño las oposiciones de Abogado del Estado. Tanta intensidad de estudio y apretar codos hizo que en tan solo poco más de 2 años las aprobara y ya, en 1993,  tomara posesión en el gobierno civil de Huesca. Este joven abogado del Estado tenía entonces solo 25 años". Luego vinieron traslados a Zaragoza para culminar de nuevo en Madrid.

Tanteó mediante una excedencia el mundo de la abogacía privada, el de los grandes sueldos y reconocimiento, pero no le gustó. Eso habla bien del carácter honesto y recto de nuestro candidato. Tras su vuelta al ejercicio de la Abogacía del Estado, se enfrentó a causas muy complejas y que le dieron notoriedad. A principios de 2017, como responsable penal de la Abogacía del Estado, tuvo un papel relevante en la denuncia por delito fiscal de Hacienda a varios futbolistas como Messi, Ronaldo, Falcao, Di María, Modrić y José Mourinho. En los casos de Messi y Xabi Alonso la fiscalía no había visto delito y fue la Abogacía quien los denunció. Fue elegido para presidir la Asociación de Abogados del Estado. ​También participó en las causas contra Jordi Pujol y de la trama Gürtel. ​

Actuación en el Procés
En diciembre de 2018, la directora de servicio jurídico del estado, Consuelo Castro, sustituyó a Edmundo Bal por Rosa María Seoane,​ que en aquel momento era secretaria general de Adif, como representante por el Juicio al proceso independentista catalán. La sustitución se hizo después de que Bal se negara a omitir la violencia del delito de sedición. La falta de violencia implicaba que las penas pedidas para Oriol Junqueras pasaban de 25 años a 12 años. Bal se negó a dejar de recoger en los escritos de acusación los hechos que implicaban violencia. Fue destituido.

Y es tras esa defenestración, cuando Albert Rivera lo llama y lo convence para que se sume a la causa ciudadana. Lo ficha para que vaya en las listas al Congreso tras la convocatoria de elecciones por Pedro Sánchez en abril de 2019. Durante esa campaña electoral se presentaba como el “cesado”, en relación a su cese como abogado del Estado. En las posteriores elecciones de noviembre del mismo año no resultó elegido en primera instancia, pero acabó obteniendo un escaño por Madrid tras el fracaso y posterior renuncia de Albert Rivera. Fue nombrado portavoz adjunto de su grupo parlamentario en el Congreso y portavoz principal durante la baja maternal de Inés Arrimadas.

Un cocinitas que ha hecho incluso algún curso de repostería. Esa afición le viene heredada de su madre que, es una gran cocinera. El joven y niño Edmundo aprendió ayudando a su madre en la cocina como si fuera su pinche. Ha comentado en distintas ocasiones que de su padre heredó la racionalidad y de Lolita, su madre, la pasión. “De mi padre tengo la cabeza y de mi madre, el corazón", repite.

El patrimonio de Edmundo

Posee una vivienda unifamiliar en Madrid y un terreno urbano en Duruelo (Segovia). También es propietario del 50% de una vivienda unifamiliar en dicha localidad segoviana. Dueño de un 33% de un piso y una plaza de garaje en Madrid. Tiene tres cuentas bancarias, una de ellas al 50%, con un total de 10.126,71 euros. Así mismo atesora acciones en una sociedad por valor de 742,56 euros. Debe 73.179,5 euros de dos hipotecas, una de ellas al 50%.

Como vehículo indica que tiene un Citroën C1 Picasso de 2014 que apenas utiliza porque su hija se acaba de sacar el carnet y se “lo ha expropiado”. Motero empedernido tiene dos motos con las que se mueve casi a diario: una Harley Davidson de 2011 y una BMW K75 de 1995 y otra de 125 a su nombre pero que pertenece en realidad a su hija. Tiene la costumbre de ir en metro cada viernes y realiza las compras por el barrio en un patinete eléctrico.

Es aficionado y practicante de atletismo acudiendo a maratones​ aunque desde hace meses bajó mucho el ritmo tras sufrir dos operaciones de menisco. También hace hueco para la práctica del fútbol, pádel tenis y esquí. Para desconectar tocar la batería u oye música.

Recientemente terminó de leer el libro de Quinto Tulio Cicerón que explica cómo se preparaba una campaña electoral en aquellos tiempos. Antes leyó lo último de Joël Dicker, El enigma de la habitación 622. Le gustan los clásicos y la novela policíaca. De c ineve ahora la seria policíaca “¿Quién mató a Sara?”.

Apasionado del rock, toca la batería y le gusta la música de Led Zeppelin o AC/DC. Los últimos conciertos a los que acudió fueron el de Loquillo en el Wizink Center y el de Metálica de IFEMA. Considerado todo un “cocinitas” y con algún curso de repostería realizado, tiene habilidad para preparar el roscón de reyes cada año el 6 de enero desde que nacieron sus dos hijos. 

Cuando pase la pandemia quiere viajar a Francia, país que más le gusta luego de España y que conoce bien al haberlo recorrido, en parte,  en un camión-vivienda. Posiblemente desde la aldea gala reflexione sobre la inconsistencia de la política. Porque si el guion se cumple, el electorado del centroderecha abandona el barco de un político brillante e íntegro como Bal para poner al mando a una capitana inmadura y vacía de contenido. Eso si Dios-aritmética no lo remedia y da la sorpresa con una coalición de izquierdas que manda a galeras a la Juana de Arco de Chamberí. Puede que incluso, amargamente, recuerde desde tierras francesas aquello que cantaba Loquillo, “Cuando fuimos los mejores”.