El independentismo catalán vive un momento crucial en sus relaciones con el Estado español. El panorama político devenido de las elecciones del pasado 23 de julio dejó tanto a ERC como a Junts per Catalunya en una situación compleja: ambos partidos son necesarios para desbloquear la XV legislatura de nuestra democracia, el diálogo es factible y sus demandas cobran peso en una subasta, la de los votos, que, no obstante, puede acabar propiciando un desapego del ala más dura y unilateral del movimiento nacionalista por su coparticipación en el futuro juego de las mayorías de Madrid.

Los gritos de “botifler” y “traidor” se mezclan con los apoyos. Esta vez, al contrario de lo que sucedió en 2022, los guardianes de las esencias del independentismo rupturista, alejado de la ley y de la palabra como modo político para lograr el ansiado reconocimiento de Cataluña como nación, no están claros. Pere Aragonès, president de la Generalitat, se negó a acudir en 2022 ante el evidente distanciamiento de los manifestantes catalanes con la estrategia adoptada por los republicanos, muleta del Ejecutivo durante toda la legislatura. Un año después, Junts, partido que hizo de la crítica virtud, es quien tiene la pelota en su tejado.

Ahora es Puigdemont quien recibe a líderes en Waterloo. Es el expresident, eurodiputado y prófugo de la Justicia el que dicta los votos, protagoniza las conversaciones y plantea las exigencias. En una conferencia cargada de guiños a la Constitución Española, el dirigente reivindicó la amnistía y el reconocimiento de Cataluña como nación como monedas de cambio a cambio de que Pedro Sánchez reedite su aritmética variable y pueda echarse las llaves de La Moncloa al bolsillo con cierta tranquilidad.

Si bien el independentismo, maltrecho y en mínimos históricos, según datos del Centre d’Estudis D’Opinió (el CIS catalán), aún aguarda ver cómo se va desenvolviendo este juego de poder, ya hay quienes, aprovechando La Diada, empieza a sacudirse el polvo y verter las mismas críticas a Junts que los neoconvergentes utilizaron el pasado contra el resto de formaciones independentistas: “Ya basta de mendigar en el Congreso o en Madrid, lo importante no es lo que pase allí, sino lo que hacemos y lo que pasa aquí", reivindicaba este mismo lunes, en declaraciones a la prensa, Eulàlia Reguant, portavoz de la CUP en el Parlament. Lo hacía, además, junto a Aragonés y el resto de autoridades presentes en la ofrenda floral a Rafael Casanova (1660-1743), último conseller en cap (consejero en jefe), máxima autoridad de Barcelona e icono del catalanismo desde hace siglos.

Las críticas no han llegado exclusivamente desde la CUP. A los leves abucheos que han recibido los presentes al inicio de la marcha le han seguido las declaraciones de la presidenta de la ANC (Asamblea Nacional Catalana), Dolors Feliu, quien, en una breve comparecencia, ha arremetido con fuerza contra la vía del diálogo abierta ahora por Junts y protagonizada en un pasado reciente por ERC: “El mundo nos mira, Europa nos mira. No puede haber ninguna negociación que no tenga muy claro que es por la independencia", sentenciaba, asegurando que no es el momento de favorecer la investidura de ningún presidente si el peaje no es otro que la autodeterminación.

Posiciones contrapuestas

Frente a la posición de apuesta por la unilateralidad y el reto constante al Gobierno de España se encuentran posiciones más neutras, como las protagonizadas por ERC, firme defensor de arreglar mediante la política lo que entienden como un conflicto político. También Òmnium Cultural se ha posicionado a favor de estudiar la amnistía como el principio de un nuevo tiempo, aunque, eso sí, nunca haciendo de esta herramienta liberadora un punto y final en el camino.

El encargado de dirigirse a los medios por parte de la asociación ha sido Xavier Antich: “Lo volvemos a dejar claro: la amnistía no es un opción, es una necesidad. Una necesidad que no puede ser un punto y final, sino un punto de partida. Insistimos, la amnistía no es una pipa de la paz, sino un mecanismo para recuperar los derechos de 4.200 personas represaliadas”. “La amnistía es una autoenmienda del Estado y el independentismo tiene ahora una oportunidad para buscar vías de resolución del conflicto político. Instamos a nuestros representantes políticos a estar a la altura del momento”, proseguía Antich.

Precisamente la amnistía ha protagonizado, un día más, la actividad política en Madrid. El primero en referirse a ella ha sido Jaume Asens, portavoz de los comunes, corriente integrada en Sumar. El dirigente morado ha indicado que el problema actual está en los plazos: tanto Puigdemont como ERC han pedido que se tramite antes de una eventual investidura de Pedro Sánchez; no obstante, los plazos son “muy ajustados”, como ha comentado Asens, y por el momento, más allá de la redacción de un grupo de expertos que está liderando Sumar, hay pocas novedades.

Los mensajes de felicitación por el 11-S, día de Cataluña, también han sido leídos con especial curiosidad por los implicados en el proceso. El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, convertía la felicitación en una hoja de ruta para solucionar el conflicto: “Cataluña ha abierto un nuevo camino de progreso, entendimiento y convivencia. Es el momento de mirar al futuro y seguir avanzando”, tuiteaba.

“Es el día de la convivencia, el respeto y la igualdad en una Cataluña próspera”, escribía, por su parte, el presidente del PP y candidato designado por el rey para la, Alberto Núñez Feijóo.

La Diada mira al exilio

Como lleva siendo habitual desde que el expresident Carles Puigdemont se fugase en el maletero de un coche ante su inminente encarcelamiento, Cataluña mira al exilio cada 11-S. Este lunes, el prófugo de la Justicia ha querido emitir un comunicado a través de sus redes sociales en el que ha destacado el carácter histórico del soberanismo catalán: “No podemos saber dónde vamos si no sabemos de dónde venimos. Los esfuerzos que hacemos hoy para defender a la nación, su lengua, sus instituciones y su libertad, son hijos de los esfuerzos que hicieron los ciudadanos de Barcelona y los venidos de otros lugares del país para hacer frente al asedio de las tropas españolas borbónicas hace más de 300 años. Los tiempos y formas han cambiado, pero el objeto es el mismo”, arrancaba.

“Por eso es necesario reivindicar no sólo la libertad y la independencia, sino también la nación. Era lo que defendían los catalanes de 1714 que lucharon hasta el último día, incluso cuando no había esperanza de ganar la batalla. Feliz Día Nacional de Cataluña, también a los catalanes que viven en todo el mundo y que hoy tendrán un recuerdo por su país”, remataba.

Junqueras, por su parte, ha utilizado la misma vía para dirigirse a la ciudadanía. El líder moral de los republicanos no ha podido acudir a los actos centrales de La Diada tras dar positivo en Covid, pero, a través de X, antigua Twitter, ha querido pedir a la ciudadanía que se movilice “en las calles en defensa de la independencia y la libertad” de Cataluña.

El independentismo, en mínimos históricos

Según el último sondeo (se publican tres a lo largo del año) publicado por el Centre d’Estudis d’Opinió -CEO, por sus siglas-, el ‘no’ a la independencia reúne al 52% de los ciudadanos que viven en Cataluña (máximo desde, al menos, 2015). Por su parte, los favorables a la independencia se sitúan en el 42%, mientras que un 6% de los encuestados no sabe qué contestar.

Desgranando en profundidad este barómetro se encuentran, además, varios datos interesantes. Cuando el CEO pregunta por las actitudes frente a la independencia, solo un 10% se posiciona a favor de la independencia unilateral, siendo este dato superado por quienes apuestan por la unidad de España sin negociaciones, referéndums ni pactos. En la vía del diálogo también resiste la unidad nacional como opción predilecta: concretamente, un 30% de los encuestados cree que la forma de solucionar el conflicto sería con la consecución de la independencia de forma pactada con el Gobierno central; por el contrario, el 32% cree que lo mejor sería lograr la unidad de España de una forma consensuada entre administraciones.

Independentismo vs no