En cuanto Joan Coscubiela abre la boca, o mejor el Twitter, le llueven descalificaciones por doquier; también aplausos, reflejo de un país dividido por la mitad en casi todo y en el que lo determinante para muchos es quién lo dice (si es uno de los nuestros o de los otros) y no tanto lo qué dice. El ex diputado de IC y de Catalunya Sí que es Pot (precursores del grupo de los Comunes) y exsecretario general de CCOO en Cataluña exaspera sobremanera al independentismo. El origen de tal acritud se remonta a su discurso de rechazo de la ley del Referéndum en el agitado pleno del Parlament del 7 de septiembre de 2017.

Coscubiela recriminó a la mayoría independentista el haber protagonizado en “48 horas negras, la deslegitimación de la reivindicación del referéndum”, en un pleno en el que según él “empezó el proceso de retroceso nacional” de Cataluña. En aquel discurso en la cámara catalana, el autor del libro Empantanados: una alternativa federal al sóviet carlista afirmó: “No quiero que mi hijo Daniel viva en un país donde la mayoría puede tapar los derechos de los que no piensan como ellos”.

Con su alegato, Coscubiela obtuvo el aplauso del PP, Ciudadanos y PSC, pero casi la mitad de su grupo parlamentario, CSQEP, expresó su descuerdo con su portavoz, entre ellos, Dante Fachin, hoy, candidato al Congreso por Front Republicà, lista impulsada por un sector de la CUP. Allí empezó todo. A las pocas horas, Rufián comparó a Coscubiela con aquellos comunistas de manos finas que aconsejan a los obreros no hacer huelgas, y hace pocos días, aprovechando un intercambio de lindezas con el diputado de Comunes, David Cid, le afeó: “tus cachorros imitan tu cobardía”.   

ERC y el independentismo en general no perdonarán tan fácilmente la posición de Coscubiela en aquel pleno, ni su diagnóstico afinado de los males que aquellas jornadas acarrearían a las instituciones y la sociedad catalanas. No tanto por lo qué dijo, muy parecido a lo expresado por el portavoz del PSC, Miquel Iceta, sino por las expectativas que habían depositado en el apoyo de CSQEP a la primera ley de desconexión. La fuerza de su voz radica en buena parte en el hecho de no poder ser asociado al 155 y por otra, en la dificultad de restarle credibilidad catalanista a un veterano político y sindicalista, reconocido con la Creu de Sant Jordi.

El exdiputado ha mantenido diversas polémicas en las redes sociales. Además de los choques con Rufián, los ha tenido con Toni Soler, director de Polònia (el programa de sátira política más exitoso de TV3) y uno de los tuiteros más activos del soberanismo. En este caso, a cuenta del testimonio de la secretaria judicial que participó en las investigaciones en la Conselleria de Economía del 20-S. Soler ironizó con el miedo expresado por la secretaria judicial y Coscubiela le criticó por su falta de empatía con ella. La respuesta de Soler señalaba a Coscubiela como impulsor del “relato falsario de la rebelión” y este contratacó acusando al creativo televisivo de “gran inquisidor”.

Hace unos meses, Coscubiela comentó una obviedad: la patrimonialización del Parlament por parte de la mayoría por haber decretado unas larguísimas vacaciones parlamentarias. El año pasado, en el 2017, recordó, las sesiones se abrieron el 16 de agosto dado que el Procés así lo requería (se acercaba el final feliz); este curso, dadas las discrepancias entre JxC y ERC por los coletazos del post-Procés (que no es feliz), las sesiones acabaron de forma precipitada y no se remprendieron hasta el 1-O para no perderse la conmemoración del referéndum prohibido.

La crítica le valió para ser calificado de persona “carcomida por el odio” o alter ego de Arrimadas. La mayoría de sus detractores le quisieron convencer de que el cierre de la cámara catalana respondía a una protesta por la suspensión de los diputados procesados o exiliados. En realidad, no era así. ERC, a pesar de considerar irregular e injusta la suspensión, estaba muy dispuesta a aplicar la solución apuntada por los servicios jurídicos del Parlament para seguir adelante con los trabajos parlamentarios y con la mayoría intacta, lo que no aceptaron los republicanos era un tratamiento privilegiado para el diputado Puigdemont, cuya suspensión acaba de ser ratificada por El TC. Estas discrepancias les aconsejaron adelantar y alargar las vacaciones, como último recurso para mantener las apariencias de unidad.