El momento de los codazos – y algo más – entre políticos y, en general, la gente de poder, no se manifiesta en las tribunas públicas. En éstas sólo se descalifican o insultan. Los grandes combates se producen por cuestión de protocolo. El funcionario o contratado más baqueteado del mundo es aquel que tiene el delicadísimo encargo de situar a su señorito/a en la mesa presidencial o acto ceremonial en “el lugar que le corresponde”. Adicionalmente, también en hallar el sillón más adecuado para su representación o alcurnia. Se dan batallas tan feroces que en ocasiones duran semanas y hasta meses.

Y no son pocas las que acaban con el agotamiento total de los contendientes y sin que se celebre el acto pretendido. Conozco ministros que nunca pisaron el ayuntamiento de su pueblo porque el alcalde no les permitió la presidencia, y una ministra y una consejera autonómica que tenían apostados espías en el aledaño del acto para que les avisarán de la llegada de la otra. Como ninguna se decidió a ser la primera en acudir, el acto hubo de suspenderse, transcurridas dos horas de la cita, por incomparecencia de tan sencillas señoras.

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