Sin ir más lejos, el gran (intelectualmente hablando) Federico Jiménez Losantos el día después de la manifestación se refería a Cataluña como “un cáncer para España”, contra el que sólo se podía actuar extirpándolo. Muestras de amor como las de Federico se han sucedido en la prensa seria de este bendito país nuestro y algunas, que les voy a ahorrar, incluso más poéticas que las del pequeñín turolense. Pero los catalanes parecen hacer oídos sordos a estos intentos de reconciliación, y continúan empeñados en pedir un divorcio que sólo puede traernos la ruina a todos.


Porque, como en tantas otras separaciones, el principal problema al que nos enfrentamos no es el sentimental, sino el económico. Si fuéramos ricos haría ya mucho tiempo que habríamos partido peras y vendido la exclusiva al papel cuché. Pero la triste realidad es que, después de cinco siglos, seguimos sin haber pagado la hipoteca que pedimos conjuntamente para comprar la piel de toro. Tras la muerte del abuelo, para que estuviera contenta y no saliera corriendo con el primero que le regalara un ramo de flores, me apreté el cinturón, me tragué parte de mi orgullo e hice las reformas en el piso, que tantas veces me había pedido. Pero Cataluña nunca ha sido una de esas esposas que se contentan con una buena cocina, o con que la dejemos salir con las amigas. Ese punto de mujer independiente que me enamoró en el noviazgo, se vuelve ahora en su contra, y donde antes veía decisión ahora veo infidelidad.


Hubiera entendido que me hubiera pedido el divorcio cuando ganaba mucho más que yo y su aportación en casa era superior a la mía, pero ahora que necesitamos los dos sueldos para mal acabar el mes, me resulta incomprensible. De hecho, ese siempre fue un punto de fricción entre nosotros. Debo reconocer que nunca he llevado bien que ella tuviera un trabajo mejor que el mío. Es cierto que el dinero lo administraba yo, pero aún así no me sentía cómodo. Conforme aumentaban sus gastos comenzó a pedir más y más y como no se lo daba se endeudó con sus amigas, que ahora se lo reclaman. La cuestión es que ha llegado un punto en el que necesita todo el sueldo para ella y por ahí ni pienso, ni me puedo permitir pasar.


Afortunadamente, los hijos que hemos tenido en común son ya mayores, y pueden decidir si se quedan con mamá o con papá. Pero me duele que si nos separamos se pierda la relación entre ellos, especialmente intensa entre Joaquín y Joan Manuel. Menudo lío tengo en la cabeza, ella parece tan decidida y a mí me cuesta tanto dejarla marchar. Perdonen ustedes, creo que en esta columna se han mezclado asuntos personales, pero es que cuesta tanto racionalizar las cosas del corazón.


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