Profesionales catalanes diversos del sector de la sanidad –psiquiatras, psicólogos, médicos de cabecera, farmacéuticos- aseveran que en las últimas semanas se ha producido en Catalunya un incremento sustancial en la prescripción y el consumo de algunos medicamentos como los ansiolíticos, los antidepresivos y los somníferos. Muchas agendas de psiquiatras, psicólogos y terapeutas están colapsadas, no solo en la ciudad de Barcelona sino casi en toda Catalunya.

Nada más lógico, porque el conjunto de la sociedad catalana lleva ya mucho tiempo en un estado de tensión permanente y que cada día va a más. Nadie sensato puede negar algo tan evidente como la gran fractura social existente ahora en Catalunya. Una fractura que va desde el más estricto ámbito de las relaciones familiares hasta el de amistades de toda la vida ahora enfrentadas entre sí, pasando por otro tipo de relaciones personales, por ejemplo con vecinos, colegas, compañeros de trabajo…

Los síntomas de ansiedad, angustia, depresión o estrés son claros y se extienden ahora a sectores sociales, económicos, ideológicos y políticos muy diversos. La tantas veces aludida mayoría silenciosa o silenciada, los muy variados sectores no independentistas que apenas se habían dejado oír hasta ahora, han hecho irrupción con fuerza en la plaza pública. No está claro que sean mayoría. Tampoco está claro que lo sean los sectores secesionistas, también muy diversos. Lo más probable es que ni unos ni otros configuren realmente una mayoría clara. En cualquier caso, ni unos ni otros pueden imponerse a su oponente sin acrecentar la escisión social.

El espacio para el diálogo ha quedado reducido ahora a la mínima expresión. El llamado tercerismo, esto es la opción de la tercera vía dispuesta a defender siempre el diálogo institucional y político como única forma posible de avanzar hacia un posible pacto o acuerdo, se ha convertido ahora en una vía estrecha y apenas transitada. Pero tanto unos como otros saben que más pronto o más tarde cualquier posible salida a este gran conflicto pasará siempre por esta vía, ahora tan denostada desde ambos bandos.

Será muy difícil, casi imposible a corto e incluso a medio plazo, que la ciudadanía de Catalunya supere este gran trauma colectivo. Se trata de una pesadilla recurrente e incesante. El daño social que se ha producido ya es incuestionable, con la fractura radical de lo que hasta ahora parecía ser una firme unidad civil basada en una convivencia ordenada, libre y pacífica.

Este daño social es todavía más grave que el tremendo daño económico que es ya innegable. Porque también los notarios catalanes tienen sus agendas colapsadas. En muy pocos días se han producido ya, según las últimas informaciones, más de setecientos traslados de sedes sociales de empresas catalanas a otras comunidades autónomas. No se trata solo de grandes empresas y entidades financieras –casi no queda ya ninguna de estas que mantenga aún su sede social en Catalunya-, sino también de infinidad de pequeñas y medianas empresas, que desde siempre han tenido un peso decisivo en la economía catalana.

Mientras, Mariano Rajoy parece haber decidido actuar ahora a la catalana: “Caixa o faixa” (“caja o faja”) o “tot o res” (“todo o nada”), mientras Carles Puigdemont, por el contrario, parece optar por una salida a la gallega: “Ni sí ni no”. Por si alguien creía que faltaba algo más para complicar las cosas, Jordi Sánchez y Jordi Cuixart, los dos principales dirigentes de las entidades secesionistas, están en prisión preventiva acusados de sedición. Es cierto que no son presos políticos pero sí son políticos presos. Es un paso más en una endiablada escalada, que en este caso, en puridad, nadie puede atribuir a una intervención gubernamental, pero que agudiza aún más este conflicto.

El estado de choque en Catalunya está generalizado. Y va a más, por desgracia.